martes, 31 de enero de 2012

Escape

...es como un cartel en la ruta
un agujero perforado en la cúpula celeste
que parece chupar la luz que lo rodea
una interrupción en la programación
prometiendo delicias comprables
una llamada anónima con una voz
quejosa y añorada, cubierta de arena
como la lluvia después de la sequía
deliciosa quemándome la espalda
y la garganta, tan amoldada
al hueco donde se posan los dedos de la muerte
suelta gritos en esta fría libertad
como la cadena sangrante
que te promete alimentos desde un hoyo
donde nunca, nunca llega la luz
salvo al final
como el color del mar
como el olor del mal
como el último acorde
que abre la tumba del silencio
como la semilla que vuela
sobre un amplio desierto.

Esa promesa aterradora
que quisiera escuchar
una persona blanda
como una nube gris al pasar.

miércoles, 18 de enero de 2012

Night

Ella Piensa

Una tenue oscuridad cubre todos sus sentidos. La vista tapada por la noche de luna nueva y los claroscuros de la ciudad bajo las sabanas. El oído aturdido con el suave viento tras la ventana y los crujidos de los muebles que, insistentes, no quieren desaparecer de su pensamiento. El gusto, siempre correcto, imperceptible. El olfato merodeando entre los tonos de su pareja, que duerme placido a su lado. El tacto esparcido por todos los hilos de su pijama de seda. Siente la respiración de él, y trata de acompasar la suya para que sean uno. Quizás compartan los sueños como comparten la blanca almohada. Es la primera vez que duermen juntos y ni la quietud de la noche puede evitar que sus pensamientos caigan en los peores lugares. Ella no quería, pero las ideas se encadenan por su cuenta y la llevan siempre por el mismo camino. Él quiere. Definitivamente. Y ella no le va a poder decir que no. Él va a insistir y ella no lo va a poder resistir. Es la primera vez que duermen juntos, y desde el principio ella supo que iba a concluir en esto, los dos bajo las mismas sábanas. Toda la noche lo supo. El pensamiento asechaba insidioso, interrumpiendo sus palabras. Su estomago ahora se queja por haber rechazado la comida. Aprieta fuerte los músculos de su abdomen, tratando de que el ruido se desvanezca entre las sábanas. Como en respuesta al sonido, él mueve su brazo izquierdo y la rodea. La mano comienza a acariciar el sedoso pijama que cubre el hombro derecho. Es inminente, ella lo sabe. Trata de quedarse quieta, quieta, como si fuera de piedra, como si fuera un fantasma nacido de la ilusión de él, como si no fuera. Piensa en cerrar los ojos para no pensar, aunque su mirada no registre nada hace horas. Inconsciente del sordo murmullo que resuena dentro de ella, él acerca su cuerpo. El perfume de su piel atraviesa las capas de oscuridad, ella cree percibirlo. Sus manos cerradas sobre sus pulgares se apoyan sobre su entrepierna. Él acerca su nariz a la parte superior de la cabeza de ella, donde hay una pequeña mancha blanca y siente su azucarado aroma. Apoya los labios con delicadeza sobre su cabello y no siente (o ignora) el río tumultuoso que corre debajo. Él aclara su garganta, que resuena en la noche. "¿Estás despierta?". Ella no puede, no quiere escuchar, está muy lejos, muy profundo. Él baja su cabeza hasta los hombros de ella y apoya su cara en la suave seda, imaginando la piel que oculta. Mueve su mano nuevamente y la coloca con cautela sobre la cintura de ella. Nota un pequeño movimiento en la oscuridad. Sin tener claro el mensaje, aprieta la carne, inquisitivo. Insiste. "¿Tenés ganas?". Ella hunde sus ojos dentro de sus cavidades. Siente como si su piel, cada centímetro expuesto al aire, cada corpúsculo que le comunica el contacto con él, le recordara a cada segundo su existencia material. Y lo detesta. Se detesta. Quisiera morir en este preciso momento. Los ojos encerrados comienzan a gotear con lentitud. Pero, algo, ella percibe algo. Un sonido. Como si él dejase escapar un débil gemido. Una ahogada risa. Él vuelve a besar su cabello, aleja sus manos y se voltea en la cama ruidosamente. Ella está estática. Está a salvo. Una lágrima prófuga toca en silencio la almohada. Ella piensa.

viernes, 6 de enero de 2012

Struggle

Siempre gana. Él ya lo tenía bien claro. Desde pequeños, criados en el mismo pueblo, se dio cuenta que eran de una especie diferente. No por la sangre, sino por lo que yacía frente a cada uno. Su infancia fue altamente competitiva, en un mundo donde solo sobrevive quien lucha por su alimento. Ambos primogénitos por la muerte de sus hermanos mayores, tuvieron que sostener a sus familias, cuyos varones fueron segados por la guerra. Mientras el otro eligió continuar con el humilde almacén heredado, él decidió sembrar. La guerra y el hambre siempre fueron de la mano, él pensó. Logró vender sus primeras cosechas, pero a los pocos meses la guerra rozó el pueblo con sus oscuras alas, dejando los campos infértiles. La tierra quedó tan dura que no podían ni enterrar a sus muertos. Él y lo que quedó de su familia quedaron en la ruina, mientras que el almacén triunfó. Siempre ganaba, él ya lo sabía. Aquel negocio se convirtió en el sostén económico de todo el pueblo. Hasta él dependía de la bondad del otro. Incluso terminada la guerra, el control sobre el pueblo se mantuvo. Por eso cuando propuso el traslado de pueblo, poca gente se opuso. Él lo hizo. Él argumentó que esta era la tierra de sus padres, de los padres de sus padres y que no podían abandonar esa tradición. La miseria aun imperante redujo el fuego de su protesta, pero contraatacó invocando a los muertos de la guerra que seguían pudriéndose en cajones a la intemperie. La tierra impenetrable no los quería aceptar y era una falta de respeto, a sus almas y todo lo que hicieron por los vivos, que abandonaran una lucha, aunque no tuviera prospectos de salir victoriosos, era el destino que los muertos les habían encomendado. El otro ganó. El pueblo fue quemado hasta los cimientos, los muertos abandonados. Siempre ganaba.

El pueblo entero actuó como nómades durante varios años. Muchos no completaron el viaje. Él sobrevivió al resto de su familia, como si el destino tuviera preparado un papel para él. Viajaron siguiendo las inescrutables direcciones del otro, ahora virtual líder de la aldea caminante. Se erigió un culto a su persona. El salvador, lo llamaban, aunque la salvación no se veía por ninguna parte. Él solo sentía incrementar su odio cada vez que recordaba esa ciega fe. Decidió escapar de todo eso unos días antes de que llegara la revelación. Aquella larga travesía sin rumbo aparente, tenía una finalidad: separar a los fuertes de los débiles. Los fuertes abandonaron la fútil travesía. Los débiles murieron bajo el hambre y el agotamiento. Él, por ser el más débil de los fuertes, fue el último en escapar de aquella masa itinerante que solía ser su pueblo. La revelación cayó como hierro fundido sobre las espaldas de los sobrevivientes. El otro, abusando de su absoluto dominio, los vendió como esclavos. Hombres, mujeres, niños, todos por igual. Él no tardó mucho en enterarse de la revelación, alojado en la pobreza del reino esclavizador. Juró venganza contra el otro, fuente de todos sus males y de la desaparición de cualquier rastro de lo que había sido. Él pasó años preparando su solitaria revolución, repitiendo como mantra que si siempre ganaba, con él iba a perder. Él era su derrota. El destino lo había elegido a él, lo salvó de las insistentes garras de la muerte para encarnar la derrota del otro.

Años pasaron. El otro sumido en la gloria de su propio ducado. Él estaba listo para concretar su venganza. Hundiéndose en el barro más turbio, colocó explosivos en los puntos claves del castillo. Los detonó sin piedad, matando a cientos. Perpetrando el plan que él planeaba desde hace miles de noches, el otro huyó por el camino indicado. Con la temporaria ayuda de la magia fue eliminando las capas de acero y carne que lo separaban de su enemigo, hasta que logró cercar a su némesis contra un acantilado que apuntaba a un sol de sangre. Él gritó, lloró, repitió un discurso que nunca había oído, pero que llevaba escrito en la piel. Él lo instó para que se redimiera, que le pidiera su perdón a todos y cada uno de los dioses de la tierra y el cielo, que clamara llorando sobre la tierra de sus padres por la redención que él se alegrará de negar. Pero el otro no lo hizo. Solo se rió levemente, esquivando sus ojos. "No me importa". Él arremetió con todas sus fuerzas, pero el otro, con una excesiva calma, lo logró desarmar y arrojar su espada al mar. Descartando su propia arma, el otro dijo: "¿Qué pensás hacer?". Él lo empujó al vació, lejos de la tierra, para que encontrase su fin en las rocas saladas. Cuando su sangre se enfrió, él miró el cadáver. Mecido por las olas del mar, parecía disfrutar de su sueño eterno. Levantó la vista, contempló la herida que se extendía sobre el océano. Siempre gana. El otro siempre gana.