miércoles, 26 de septiembre de 2012

Apple(s)

A veces puedo escribir cosas sin pretensión, ¿no?


Crimson Delicious

Cae la noche mientras entro a mi oficina. Dejo la espada reglamentaria en el perchero mientras mi asistente me recibe con la primera espirituosa de la jornada. “Charles, hay una cliente.”. Hace un extraño énfasis en la ‘a’. “No me llames Charles. Soy ‘Sr. Detective’ para vos.”. En este barrio solo hay prostitutas y narcos, y no tengo ganas de otro tiroteo en un triángulo amoroso. Estoy por cancelarle a través del intercom cuando ella entra de prepo a mi oficina. Ni prostituta ni narco, pero podría ser lo que quisiese. El escote me apunta con tanta furia que quiero empuñar mi arma en este instante, pero el medallón que esconde el pezón izquierdo me contiene. Nobleza, sangre azul contrastando con su vestido rojo. Quien lo diría, en este barrio de mala muerte.
Se llama Ringo, me dice, pero se hace difícil escuchar esa voz lamedora, mirar las esmeraldas que tiene de ojos y esquivar el abismo del escote al mismo tiempo. Me dice que está en peligro, que alguien quiere asesinarla. “¿Por qué?”, le pregunto. “En el castillo no gustan de mis… costumbres”. Inquiero sobre tales asuntos, pero un vaivén de sus ojos de dragón me dicen todo. Me entrega tímidamente un papelito, con dos palabras escritas, y un número. Nos miramos fijo, y algo explota alrededor. Vapor cálido. Tal vez a mi asistente se le cayó la pava, o algo así, pero no importa mucho. “¿Con qué va a pagarme?”. “Ya veremos…”, dice, mientras se muerde levemente el labio inferior.
Me da ternura. Debe tener 3 años menos que mi hija, y sin embargo está tan desarrollada. Le ofrecí quedarse, hasta que juntase pruebas suficientes para encarcelar preventivamente a los malhechores. Pero rechaza la oferta con altura. Se levanta de la silla y emprende hacia la puerta. “Tengo con qué defenderme”. ¡Ay, el escorpión! Que vaivén de despedida. De haberlo sabido, la hubiese echado antes para ver esa manzana estallar en rojo.

Madrugada. Mi asistente me despierta tocándome el hombro. “Charles, teléfono”. La reprendo con un correctivo al tiempo que atiendo. La dureza mañanera se deshace, flácida. La manzana había muerto. Encontraron su cadáver colgado de un árbol, el vientre atravesado por una rama certera. Imaginando ese culo flotando inerte a metros del suelo, el mundo se vuelve un lugar gris y blando.
Mientras mi asistente me quita el pijama y me viste con la armadura, recuerdo el papel que Manzanita me entregó la noche anterior. Dos palabras y un número. “Los 7 escasos”. Ya se donde empezar.

McIntosh. Bigote ancho, reloj pulsera de oro, pelada incipiente. Carterista en la peatonal del centro, seguramente gana en un día el doble de lo que consigo por mes. Me cuenta que fueron amantes durante un año, hace mucho tiempo, cuando ella era aun una tierna adolescente.

Allington Pippin. Número par de anillos en cada mano, botas largas, bigote ancho. Maneja una casa de empeño en los barrios bajos. Mientras limpia un cetro de dudosa procedencia, confiesa que solo cogieron 3 veces, durante una aventura que tuvieron el año pasado.

Newtown Pippin. Gemelo de Allington, número impar de anillos en cada mano, saco largo, bigote ancho. Organiza peleas de ratas gigantes en una mansión abandonada. Alimenta a Zuccini, su rata estrella, mientras me cuenta, como una confidencia, que ella amaba hacerlo entre el estiércol.

Zuccalmaglio. Turbante púrpura, bigote ancho, ojo de vidrio. Falsificador de firmas en el bajo. Me recibe contento en su oficina, hace mucho que no lo visito. Al preguntarle, me revela que la chica de la famosa anécdota con el caballo era Manzanita.

Antonovka. Bigote ancho, trenzas largas, capa verde. Controla el embalaje de manzanas y adultera el peso por un no muy alto incentivo. Enfundado en una manta rellena de plumas, me dice al oído que desde que estuvo con ella no siente nada de la cintura para abajo.

Nickajack. Vestimenta de cuero, garfio, bigote ancho. Dealer de los bohemios de los barrios altos. Era clienta suya, y al ser una princesa desterrada, pagaba con especias. Las drogas eran muy caras, por lo visto.

Adams. bigote ancho, camisa de cocodrilo y overol. Regentea las prostitutas del muelle. La última vez que la vio estaba trabajando full-time en una de las casas que maneja. Pensaba que un marinero la secuestró.

Vuelvo a la oficina abrumado. 7 sospechosos, uno más obvio que el otro, y esa manzana de delicioso carmesí, perforada por todos los gusanos. Me siento en el escritorio y pongo la lista de los escasos enfrente mio. La miro fijo. Una y otra vez.

McIntosh
Allington Pippin
Newtown Pippin
Zuccalmaglio
Antonovka
Nickajack
Adams

No tengo la más puta idea.
Sin otra solución, saco de un cajón con llave mi adorado Ichin. Con alguno de sus poemas místicos me va a dar una mano. No me molesta hacer trampa.
Pongo los palitos electrónicos sobre el escritorio. Le pido tres monedas a mi asistente, porque no tengo un mango. Luego las tiro en el cuadrilatero brillante que forman el Ichin. Los palitos empiezan a hablar, revelandome una fracción del conocimiento místico detrás de milenios chinos.

“si la respuesta buscás
mirá hacia abajo, boludo
distraído andarás
porque la mina tenía buen culo.”

Miro de nuevo la lista. Estuvo frente a mis ojos todo el tiempo.
Que bolú.

martes, 18 de septiembre de 2012

Lose a Nose

Enajenose
de evitar hartose

entregose
al burdo goce
en la gruta lanzose
con fiera pose

tripa que tose
la entrepierna agarrose
panico infundose
por mal de un roce

angustiose
por frase que cura dijese
sin castidad, sufriese
quien desafiarme ose

su herida cose
con hilo que en mar lavose
preguntose
cuanto falta para las doce