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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Apple(s)

A veces puedo escribir cosas sin pretensión, ¿no?


Crimson Delicious

Cae la noche mientras entro a mi oficina. Dejo la espada reglamentaria en el perchero mientras mi asistente me recibe con la primera espirituosa de la jornada. “Charles, hay una cliente.”. Hace un extraño énfasis en la ‘a’. “No me llames Charles. Soy ‘Sr. Detective’ para vos.”. En este barrio solo hay prostitutas y narcos, y no tengo ganas de otro tiroteo en un triángulo amoroso. Estoy por cancelarle a través del intercom cuando ella entra de prepo a mi oficina. Ni prostituta ni narco, pero podría ser lo que quisiese. El escote me apunta con tanta furia que quiero empuñar mi arma en este instante, pero el medallón que esconde el pezón izquierdo me contiene. Nobleza, sangre azul contrastando con su vestido rojo. Quien lo diría, en este barrio de mala muerte.
Se llama Ringo, me dice, pero se hace difícil escuchar esa voz lamedora, mirar las esmeraldas que tiene de ojos y esquivar el abismo del escote al mismo tiempo. Me dice que está en peligro, que alguien quiere asesinarla. “¿Por qué?”, le pregunto. “En el castillo no gustan de mis… costumbres”. Inquiero sobre tales asuntos, pero un vaivén de sus ojos de dragón me dicen todo. Me entrega tímidamente un papelito, con dos palabras escritas, y un número. Nos miramos fijo, y algo explota alrededor. Vapor cálido. Tal vez a mi asistente se le cayó la pava, o algo así, pero no importa mucho. “¿Con qué va a pagarme?”. “Ya veremos…”, dice, mientras se muerde levemente el labio inferior.
Me da ternura. Debe tener 3 años menos que mi hija, y sin embargo está tan desarrollada. Le ofrecí quedarse, hasta que juntase pruebas suficientes para encarcelar preventivamente a los malhechores. Pero rechaza la oferta con altura. Se levanta de la silla y emprende hacia la puerta. “Tengo con qué defenderme”. ¡Ay, el escorpión! Que vaivén de despedida. De haberlo sabido, la hubiese echado antes para ver esa manzana estallar en rojo.

Madrugada. Mi asistente me despierta tocándome el hombro. “Charles, teléfono”. La reprendo con un correctivo al tiempo que atiendo. La dureza mañanera se deshace, flácida. La manzana había muerto. Encontraron su cadáver colgado de un árbol, el vientre atravesado por una rama certera. Imaginando ese culo flotando inerte a metros del suelo, el mundo se vuelve un lugar gris y blando.
Mientras mi asistente me quita el pijama y me viste con la armadura, recuerdo el papel que Manzanita me entregó la noche anterior. Dos palabras y un número. “Los 7 escasos”. Ya se donde empezar.

McIntosh. Bigote ancho, reloj pulsera de oro, pelada incipiente. Carterista en la peatonal del centro, seguramente gana en un día el doble de lo que consigo por mes. Me cuenta que fueron amantes durante un año, hace mucho tiempo, cuando ella era aun una tierna adolescente.

Allington Pippin. Número par de anillos en cada mano, botas largas, bigote ancho. Maneja una casa de empeño en los barrios bajos. Mientras limpia un cetro de dudosa procedencia, confiesa que solo cogieron 3 veces, durante una aventura que tuvieron el año pasado.

Newtown Pippin. Gemelo de Allington, número impar de anillos en cada mano, saco largo, bigote ancho. Organiza peleas de ratas gigantes en una mansión abandonada. Alimenta a Zuccini, su rata estrella, mientras me cuenta, como una confidencia, que ella amaba hacerlo entre el estiércol.

Zuccalmaglio. Turbante púrpura, bigote ancho, ojo de vidrio. Falsificador de firmas en el bajo. Me recibe contento en su oficina, hace mucho que no lo visito. Al preguntarle, me revela que la chica de la famosa anécdota con el caballo era Manzanita.

Antonovka. Bigote ancho, trenzas largas, capa verde. Controla el embalaje de manzanas y adultera el peso por un no muy alto incentivo. Enfundado en una manta rellena de plumas, me dice al oído que desde que estuvo con ella no siente nada de la cintura para abajo.

Nickajack. Vestimenta de cuero, garfio, bigote ancho. Dealer de los bohemios de los barrios altos. Era clienta suya, y al ser una princesa desterrada, pagaba con especias. Las drogas eran muy caras, por lo visto.

Adams. bigote ancho, camisa de cocodrilo y overol. Regentea las prostitutas del muelle. La última vez que la vio estaba trabajando full-time en una de las casas que maneja. Pensaba que un marinero la secuestró.

Vuelvo a la oficina abrumado. 7 sospechosos, uno más obvio que el otro, y esa manzana de delicioso carmesí, perforada por todos los gusanos. Me siento en el escritorio y pongo la lista de los escasos enfrente mio. La miro fijo. Una y otra vez.

McIntosh
Allington Pippin
Newtown Pippin
Zuccalmaglio
Antonovka
Nickajack
Adams

No tengo la más puta idea.
Sin otra solución, saco de un cajón con llave mi adorado Ichin. Con alguno de sus poemas místicos me va a dar una mano. No me molesta hacer trampa.
Pongo los palitos electrónicos sobre el escritorio. Le pido tres monedas a mi asistente, porque no tengo un mango. Luego las tiro en el cuadrilatero brillante que forman el Ichin. Los palitos empiezan a hablar, revelandome una fracción del conocimiento místico detrás de milenios chinos.

“si la respuesta buscás
mirá hacia abajo, boludo
distraído andarás
porque la mina tenía buen culo.”

Miro de nuevo la lista. Estuvo frente a mis ojos todo el tiempo.
Que bolú.

viernes, 17 de agosto de 2012

Hole

El silencio es una farsa. Jamás hay verdadero silencio. En cuanto sucedió el derrumbe y dejamos de gritar inútilmente, entendimos de inmediato nuestra situación. Un zumbido vino a ocupar el espacio que antes llenaban nuestras voces, el chirrido de las armaduras, el crepitar del fuego de las antorchas, la vibración imperceptible de las cosas de la vida.

Después el zumbido cede su lugar al sonido del propio cuerpo. La respiración deja de ser un suspiro, más atemorizado o menos, para ser un complejo mecanismo: Se abre la válvula del pecho y un músculo bajo los pulmones se tensa y comprime, forzando el aire cerca de la nariz a entrar a las tuberías que llenan la garganta. La válvula se cierra, y el aire encerrado tiembla entre las costillas. El torso, incómodo en su extensión, se cierra sobre los pulmones y la válvula no encuentra otra opción más que abrirse, dejando escapar el aire, que ahora sabe lo que es la libertad.
Las articulaciones rechinan, hablan entre si a través de los cables del cuerpo, y recién ahí uno es conciente de lo minuciosa que es la maquinaria humana.
Cuando el tímpano se acostumbra a que el sonido provenga de adentro, aparecen las sombras de los otros en la oscuridad. Primero como el roce de la tela y el metal con la piedra, antes escondido tras el ritmo del bombear de la sangre en los oídos. Luego la saliva jugando en la boca ajena, las burbujas espesas surcando los huecos de los dientes, la lengua saboreando la nada en su prisión de carne y hueso. El rascar de los parpados, entrelazándose con tanto ruido que uno no puede escuchar nada más. El chapoteo suave de los parpados al abrir y cerrarse. El salpicar sin alegría del iris girando en la negrura. Incluso eso desaparece. Y ya nadie se mueve. Ya no hace falta. Solo resta esperar para siempre, ya que ni el hambre nos llamará a la tumba. Esperar que la nada misma nos consuma, o que alguien apriete el maldito botón.

Nuestro pequeño limbo, el hueco del hogar de una falsa chimenea, está coronado por un botón de color negro, hecho de marfil. Sobre él, en un pequeño cartel metálico, la frase “No apretad el botón”, tallada torpemente. Lo vimos momentos antes del derrumbe, pero no reparamos en él hasta que lo inexorable de nuestra situación nos lo puso en la cara, literalmente.

“Perdido por perdido”, Jonhás decía, mientras trataba de convencernos. Por supuesto, él jamás ve las consecuencias de sus actos. Decidió ser aventurero ignorando (o quizás a causa) los consejos de sus padres. Trabajó en un barco mercante, hasta que llegaron a unas costas lo suficientemente alejadas de la ley y escapó con unos hombres y suficiente alimento para un viaje corto. Lo encontré en medio de la selva, hambriento y con los ojos llenos de aventuras. Incluso en esta cripta, a miles de metros bajo la tierra, su ansia era tan fuerte como el primer día. El ansia que lo llevó a leer unas palabras antiguas, escritas sobre el pedestal que había frente a la falsa chimenea, el pedestal que activaba la trampa.

“Por algo está el cartel”, Mikael decía, mientras trataba de convencernos. Quizás esté reviviendo cada uno de sus días, repensando cada elección que lo llevó hasta aquí, a este triste paraíso de ateos, porque quien no tiene dios no tiene recompensa. Fiel creyente, su vida fue el producto de la tabla de mandamientos. Leyendo durante años sobre los santos y sus fieras hazañas contra el enemigo, su sangre clamaba por algo que no se encontraba en los libros. Su aptitud para la magia era imprescindible para cualquier aventurero que quiera triunfar, así que lo contraté enseguida. Cuando logró crear estos anillos, que nos alivian la molestia de comer, beber y respirar, regalándonos un paladeo del sabor de la eternidad, creí que mi elección había sido la correcta. Pero esta breve inmortalidad no nos dio tiempo para arrepentirnos de todas nuestras malas elecciones. Mikael, el único que sabía leer, apoyado en el pedestal, dandole el peso que faltaba para activar la trampa.

Yo estoy tranquilo. La oscuridad me abriga, me hace compañía. Finalmente encontré un lugar donde no hay que escapar, donde no hay que salir a saquear, a pelear para demostrar algo, porque no hay nadie a quien demostrar. La oscuridad esconde el botón de mis sentidos, el botón que podría romperla. El botón que ya había roto el falso silencio provocando la discusión entre Jonhás y Mikael. Pero ya no se mueven. Ya nada se mueve.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Through the Pink Pane

Rosa... rosa...
cierro los ojos
y la luz en mis párpados es rosa
toco mi boca
y mis dedos son rosa
calor, calor, calor
rumorea en la siesta en penumbras
una hormiguita paseando
dentro de la burbuja
suavidad de plástico
de globos que nunca vuelan

vuelan las palabras entre hilos
llevadas en la trompeta gigante
que llena de rosa el espacio
entre nuestras orejas

yo siempre estuve rosa
como chiquito en la manta grande
no se que hay atrás, o arriba
mejor olvidar los números antes del seis
es el seis! seis!
nadie quiere un traje verde
y marrón
y negro
ni cargar tubos de fuego
ni sentarse entre el gris
tarareando en rosa
allá nadie espera
nadie quiere
todo tiene su orden
(que palabra menos rosa!)
pero no voy a volver
allá, donde no me quieren

afuera las nubes lloran
y hacen llorar
verdes (militar!),
rojas (de sangrar!),
no hay nada menos rosa
que las botas sucias
que aprietan el botón
que cierra la ventana de atrás

no voy a salir afuera
nunca nunca
y si la 5ta en discordia lo pelea
sin burbujas se va a quedar
solo su cuerpo cerrado
llegó a ver la lluvia de allá
igual no se fue
cada tanto vuelve a aparecer
a veces con piernas peludas
otras con ojos celestes
a veces sin una mano
otras con todos los dientes
pero siempre se va
con la lana al cuello
debe hacer frío allá

no voy a salir afuera
nunca nunca
aunque los hilos se vacíen de gente
aunque cante solo con mis espectros
aunque no haya comida
aunque la hormiguita caiga al vacío
aunque la piel se vuelva un mapa viejo
nada me espera allá
acá todo es rosa, todo esta bien
nadie me va a sacar
nunca. jamás.

jueves, 5 de abril de 2012

Surprise

Tarea N°4 del taller de dramaturgia. Monólogo de 300 palabas, trabajando sobre la voz del personaje y los distintos tipos de conflicto.


Ariel
: (entra corriendo al aula en ruinas, riendo. Se acerca al banco del profesor y con la linterna comienza a hacer señas, llamando a su acompañante, quien, al entrar, le hace señas para que baje la voz) ¡Sorpresa! ¿A que no te lo esperabas, verdad? Yo me acuerdo de todo, ya deberías saberlo. Esto quería mostrarte. ¿Viste? Toda el aula está casi igual, solo un poquito descuidada, con un poquito de polvo. Bueno, un poco mucho. Pero igual es de las aulas que mejor quedaron ¿No? ¿Y, qué me decís? (silencio) Bueno, pensé que te iba a alegrar más. Pero veo que… Nada, no me hagas caso ¿Sabés qué? Un día, en un recreo, vi a una nena y a un nene solos en esta aula. La nena estaba sentadadita sobre este mismo banco, tan chiquita que los pies le colgaban. El nene era bastante más alto, aunque después no creció mucho. ¿Qué? ¿Por qué me mirás así? Resulta que los nenes estaban conversando como en secreto. Yo miraba a escondidas desde la entrada, así que no se muy bien que estaban diciendo. El nene hablaba mucho, movía las manos así y miraba a los costados, como si pispeara por donde podía escapar. La nena… no le veía la cara, porque estaba de espaldas a la puerta. Le agarraba los brazos y trataba de calmarlo. Creo que quería decirle algo, ¡pero el pobre nene no la entendía! Y al ver que no podía convencerlo, lo abrazó. Y me supongo que el nene sintió algo, porque también la abrazó. Parecía que se dormía abrazándolo. Pero entonces se atrevió a hacer algo que nunca había hecho antes. Lo besó. Y era la primera vez que besaba a alguien. Solo apoyó sus labios contra los de él, con la cara muy roja y apretándolo fuerte. El nene se soltó enseguida y salió corriendo. ¿Lo podés creer? Esa nena quedó con el corazón destrozado después de eso. E incluso hasta el día de hoy, no puede perdonarlo. ¿No te parece un poco injusto?

miércoles, 14 de marzo de 2012

Dome

Finalmente, después de años de desearlo, me anoté en un taller de escritura. Como nota aparte, también me anoté en tantas cosas que no se si voy a poder hacerlas a todas. Espero no descartar esta.

2da tarea, con correcciones. Vamos a ver si es un poquito más interesante si no escribo la consigna.


Bóveda

Ulga mira por una ventana hexagonal el gastado paisaje. Azul arriba, Azul al frente. Solo un suspiro de libertad, pero ese pensamiento es incomprensible para la gente de hoy. Da vuelta la banda roja, blanca y negra que hay en su brazo izquierdo, y sus pies encerrados comienzan a golpear pendularmente el metal del suelo. Conejos blancos como burbujas corren entre sus piernas y ella agarra a uno, le separa las patas y blande su instrumento para continuar con la tarea asignada. Control de plagas, escrito en caracteres rectos y fluorescentes sobre la banda negra que cubre su brazo derecho. Si bien es un deber cívico, este es el deber cívico que más adora. Cada vez que escucha el “Zip” de las tijeras siente como si sus pies se regeneraran lentamente, una célula nueva por cada zumbido del metal. Aunque trate a todos los conejos de la ciudad, sus pies nunca van a volver a su estado original. Ni siquiera se atreve a una operación estética, aterrada de las formas que se ocultan tras las gruesas medias de nylon y las botas de soldado.
Escucha un chasquido breve, proveniente de la radio. Inmediatamente, se voltea hacia arriba para ver a Mychelle, su capitana, con dos conejos en la mano y su rulo flequillo tintineando dentro de la escafandra. Mychelle le recordaba a su tía, tanto por la alocada melena enrulada, ahora escondida en el reflejo del casco, como por el amarillo patito con el que su traje estaba embadurnado. Su tía favorita, con la que pasaba días enteros jugando, solo jugando, a estar sobre la superficie del hielo. Partidaria de la esvástica, pensaba que con ellos se estaba mejor. Ulga no recuerda esa época con claridad, porque era muy chica, pero las costuras sobre su piel le hacen pensar que su tía estaba en lo correcto. El amarillo patito fue fatal para ella. Atacada por sorpresa por un partidario del Bagre felpudo, la agrupación rival. Tan rápido, su cara fue teñida del color del enemigo y solo tras unos segundos de estupor comprendió que jamás podría borrarlo de su piel. Quedó con estrés postraumático hasta el día de su muerte.
La radio insiste, alejando a Ulga de sus recuerdos. Mychelle y su rulo flequillo le avisan que es hora de la higienización. Se aleja de la creciente multitud de conejos con grandes pasos, saliendo por el acceso oeste de la plaza abovedada. Pasa por la cámara de presurización, engancha su traje a la cadena transportadora y se deja llevar bajo el cercano cielo celeste hasta el módulo de higienización. Entra a su cubículo y procede a quitarse el traje. Escafandra, tubos de respiración, instrumentos, neopreno. Solo las botas adornan su cuerpo. Toca su pubis, mientras recuerda el lento vaivén del rulo, abovedado entre los algodones rabiosos. Choca fieramente con el alambre, y se resigna a su último placer privado. Impaciente, enciende la pequeña ducha rectangular, entra al cubículo. Con las manos en el suelo, eleva las botas hasta engancharlas con la fuente del agua. Queda unos segundos así, suspendida, con la gravedad empujando sus masas de forma irregular. Cierra los ojos, permite escapar un suspiro lento y sostenido, como una pérdida en el tubo de oxigeno, y deja que el cremoso calor suba por su espalda.

lunes, 31 de octubre de 2011

Nobody cares/Sobre la libertad

Tarea final de una especie de taller de 'creatividad'. Sin embargo, la consigna decía que había que escribir un manifiesto con respecto a la actuación y lo que aprendimos durante el taller. No le hice mucho caso.
Reviviendo un tag que no uso hace dos años.


A nadie le importa

“A nadie le importa”. Es un pensamiento muy deprimente. Es algo que no nos queremos ni imaginar como verdad, una frase de la que huimos constantemente. ¿Acaso podríamos seguir viviendo pensando, teniendo la vaga certeza de que lo que hacemos no le importa a nadie, no afecta la vida de ninguna otra persona? Todo lo que hacemos lo hacemos para los demás. Comer las verduras, sacar buenas notas en el colegio, portarse bien para contentar a los papis y las mamis. Ser agradable, canchero, copado, interesante, dispuesto y buen compañero para que nuestros amigos sigan a nuestro lado. Ser buen amante, atento, amoroso, lo suficientemente libre pero lo suficientemente dependiente, confiable, estar siempre, ser perfecto para que nuestra pareja no nos deje. Ser responsable, seguro, fuerte y sensible a la vez, tener todas las respuestas para que nuestros hijos estén bien, para educarlos bien, que triunfen por sobre los demás, para que la sociedad toda pueda verlos y decir “que buenos hijos que criaron”. y nos regalen sonrisas y felicitaciones. Triunfar, ser original, creativo, poder expresar cosas que nadie más contó, concebir ideas que cambien el curso de la historia, tener mucho dinero, viajar por todas partes, ser cosmopolita, culto pero no snob, para impresionar a la sociedad, que nos recuerden y conseguir una precaria inmortalidad en la imaginación de algún desconocido. Todo, todo lo que hacemos es para los demás. Nuestra vida entregada a los demás. ¿Cómo podríamos pensar que no les importa? Pero es la verdad, cruda y triste. Ese amigo que escucha tus problemas, es puramente circunstancial. Le gusta escuchar, y si vos no estuvieras escucharía la radio. Tu pareja no te ama. Está a tu lado porque era lo más fácil, lo más a su alcance que tenía. No le interesan tus proyectos, ni tus secretos, ni tu historia. Y aunque se lo cuentes mil veces, no va a entender lo que sentiste cuando escuchaste ese tema por primera vez. Hay que aceptar la realidad. “A nadie le importa”. Repitamos, “A nadie le importa”. Nos conocemos a nosotros mismos. Sabemos todas nuestras miserias, y también sabemos que nuestro principal (sino único) interés es resolver nuestras dificultades, pasarla bien, ser felices. Y después, si queda tiempo, preocuparse por lo que le pase a los demás. No hay ninguna razón para pensar que no sucede exactamente lo mismo para todas las personas. Cientos, miles, millones de espaldas dobladas, ojos clavados en los ombligos. Repitamos una vez más, “A nadie le importa”. Esa es nuestra verdad. Ahora bien, esta verdad no es para nada triste. Esa fea sensación es solo una débil apariencia, la cáscara que recubre un valioso interior. Si logramos atravesar esa capa (vamos, no cuesta tanto), vamos a llegar al verdadero significado de la frase. “A nadie le importa”, hagas lo que hagas, nadie se va a fijar en eso. Nadie te va a juzgar, nadie te va a mirar. Sos invisible ante todas las miradas. Sos libre. Absolutamente libre para hacer lo que quieras, todo lo que quieras, cuanto y como quieras. Sos invisible, intangible, nadie puede verte ni detenerte. Podés vestirte con un enterizo rojo furioso y desfilar por la calle repartiendo preservativos, y a nadie le importa. Podés abandonarte en una plaza cualquiera hasta morir de hambre, y a nadie le importa. Podés estudiar y graduarte con honores, y a nadie le importa. Podés conseguir un empleo mediocre, ganar lo mínimo y vivir lleno de placeres pequeños, y a nadie le importa. Solo a vos. Sos libre para elegir lo que quieras hacer, de la manera que lo quieras hacer. Podés caminar por la ruta o en medio del barro, seguir los planes o cagarte en todo, comer con cubiertos o con la mano, hacer lo que te venga en gana, incendiar bancos con bombas molotov o seguir al pie de la letra todas y cada una de las leyes de la sociedad. Sos libre, ahora y siempre, para hacer todo, sin que nadie te pueda detener. Lo único necesario, el único requisito, es tener determinación. Una determinación como una espada de acero irrompible. Una espada con la que cortar los árboles y construir tu casa. Una espada con la que cavar la tierra y sembrar tu campo. Una espada con la cual penetrar las más duras rocas sin el menor esfuerzo. Una espada con la cual cortar a los demás, cortarte a vos mismo, cortar lo que sea, porque el ojo de Dios, el gran ojo del cielo que todo lo ve, está ciego. Y si querés, podés apuñalar ese ojo hasta que bañe de sangre toda la tierra. Esa poderosa determinación está forjada por los deseos de uno, por el conocimiento de lo que uno quiere sinceramente, y es eso lo que le da esa fuerza imparable. Cómo discernir los deseos de uno, cómo convivir en un mundo lleno de espadachines violentos, cómo es la manera correcta de usar la espada, todos estos son asuntos que necesitan resolverse para poder llegar a esa verdadera libertad. Pero, para ser sinceros, no son tema de este manifiesto. Porque, no lo olvidemos, “A nadie le importa”.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Rare

Otra tarea de teatro. Esta vez, escribir un monólogo usando ciertos datos que quizás otro día transcriba aquí.


Raro

No puedo entender por qué van tan rápido. No importa cuanto vayas a correr, el tiempo no va ir más rápido. Esas chicas, yo las veo todo el tiempo apuradas, corriendo de un lado para el otro. Siempre arregladas, espléndidas estatuas, sin tiempo para nadie, ni para ellas mismas. Esas boquitas imperturbables, la nariz como oliendo mierda, esos lentes donde esconden la mirada que solo ellas saben a dónde apunta. Tratando a todos de mala manera, porque su tiempo es demasiado precioso como para perderlo con personas. A veces me gustaría, no se, atarlas a un poste, obligarlas a estarse quietas durante diez minutos, dos horas, cuatro días. A ver si en una de esas llegan a entender que somos burros tirando de la carreta, que la zanahoria siempre va a estar a la misma distancia. Si llegamos a ella o no es algo que depende del destino, no de nuestro apuro. Correr, correr tanto es a fin de cuentas tan inútil como matarse. Un momento, quiero que nos entendamos. No quiero decir que no haya que moverse. Claro que no. Quedarse quieto es regalarse a los brazos de la muerte. Lo único que digo es que no hay que ir tan rápido, no hay ningún apuro, nadie está corriéndonos. ¿Determinación? Hay que tenerla, ¿Perseverancia? Hay que tenerla. Pero esto no implica que haya que correr. Es preferible construir ladrillo por ladrillo, asegurándonos que cada pieza esté en su lugar correcto antes de pasar a la siguiente.

Porque en ellas, la prisa no las lleva a la simplicidad. Si fuera así, yo no tendría ningún problema, ninguna queja. Pero toda esa velocidad a lo único que las conduce es a la redundancia, a la repetición, a complicarse al reverendo pedo. Porque una cosa es ser complejo, y otra muy diferente es ser complicado. Soy un acérrimo enemigo de lo complicado. Cuando les preguntas qué les gustaría comer, es como si te arrojaran una lluvia de palabras. Se les viene a la cabeza, en medio segundo, todos los antojos de la semana, la última propaganda que vieron, los recuerdos de deseos insatisfechos. Y entonces, después de evaluar en 3 segundos todas las opciones de su vida, terminan diciendo “No se. Elegí vos.”. Por eso hay que ser simple, conciso. Si me preguntaran qué me gustaría comer, respondería: Unos nachos con cheddar, maní y cerveza, seguidos de sorrentinos con salsa rosa, y de postre, una porción de lemon pie y una de chocotorta. Es lo que siempre elegiría, incluso en mi última cena. Simple. Concreto. No necesito hacer una tesis para decir qué es lo que me gusta. Pero ellas, si. Corriendo por ahí con su ovillo de vigas a cuestas. Cuando se topan con algo simple, es como si se estrellarán contra una pared, porque no hay vueltas. Las cosas son así, y punto. La única visión correcta es la mirada torcida que ellas tienen. Y eso es lo que me resulta más raro. Con tanto apuro, las cosas deberían ser simples, pero no lo son. Que yo tenga esta paciencia les resulta raro, o quizás, piensen que lo raro es que yo vea raro su forma de actuar. Pero las entiendo. Puedo entender por qué no pueden esperar. Lo raro es que no vean lo simple que son las cosas. Lo raro es que todavía no entiendan que para hacer las cosas bien hay que saber esperar. Y yo sé esperar. No me importa que todos corran a mi alrededor, yo la voy a seguir esperando. Porque sé que ella va a volver. Tiene que volver. Es su destino, y yo hice tanto por ella, la estuve esperando tanto, que su destino es volver conmigo. Por eso voy a seguir esperando. Ella va a volver. Tarde o temprano. Ella va a volver. ¿Verdad?

sábado, 20 de agosto de 2011

Eve

Otra tarea de teatro. Quizas haya quedado un tanto cliche, pero agradezco que estos muchachos/as me den tanto material de inspiración (o como se diga hoy en día).

Vale aclarar, el final será cambiado en un futuro posiblemente cercano. Posiblemente, el quiebre del muchacho sea un tanto más realista.


Eve (Dos Personas)


Dos personas, un hombre y una mujer, sentados en la oscuridad de la estación Corrientes de la línea H de subtes. Él tiene unos diez años más que ella. Ambos están sentados, junto a la pobre luz que da un celular. El silencio domina la escena. Algo en la actitud de los dos denota que se encuentran en esta situación desde hace largo tiempo.
Él toma el celular con firmeza. Marca el número de su esposa y camina de un lado al otro del escenario, desesperado.
Ella: ¿Podes dejar ese celular en paz? ¡No vas a conseguir comunicarte con nadie! ¿No te das cuenta de que no queda nadie allá arriba? (Él la ignora) ¿Me estás escuchando? Por más que te duela, solo quedamos nosotros dos. (Se levanta y lo enfrenta) ¿Podes dejar ese celular, por dios? ¡Lo único que falta es que encima le termines la batería al pedo!
Él: ¿Si no hay nadie arriba, para qué querés el celular?
Ella: Le tengo miedo a la oscuridad. (Él deja el celular en el suelo. Vuelven a sentarse juntos) Ni siquiera me gusta ese celular, ¿Sabes? De hecho, lo odio. Me lo regaló mi novio… bah, debería decir mi ex-novio… (Le sonríe, cómplice. Él ignora por completo la broma) Le puso un ringtone horrible. Yo no lo entiendo, apenas sé llamar y mandar mensajes. (Se recuesta sobre el hombro de él, recordando) Igual, no es como si tuviese a alguien a quien llamar. Solo lo tenía a él. Éramos novios desde chicos, ¿Sabes? Siempre la pasábamos juntos.
Él: No me interesa que me cuentes tu vida.
Ella: ¡Ay, que mala onda! No deberías tratar así a tu Eva. (Él no le contesta) ¡Ja, ja! ¿Te imaginas si en verdad somos las únicas dos personas que quedan en el mundo? Imagino que eso te deprimiría. Como si fuese difícil adivinarlo, todo te deprime.
Él: ¿Te podés callar un poco?
Ella: ¿Qué, tenés algo más importante para hacer? (En respuesta, él agarra el celular y comienza a marcar un número. Ella lo detiene, presurosa) ¡No, no, no, no! ¡Perdón, perdón! No quise decir eso, perdoname, pero dejá ya ese celular, por favor.
Él: ¿Tanto miedo le tenés a la oscuridad?
Ella: Si. ¿Acaso vos no le tenés miedo a nada?
Él: (Perdido en sus pensamientos) No… ya no. ¿A qué le puedo temer ahora? Todo lo peor que podría haber pasado, pasó. Mariana… Gabriel… Jimena… Natalia… ¿Por qué…?
Ella: ¿Son tu familia?
Él: Eran mi familia. Ahora… son solo recuerdos.
Ella: No lo sabía… eh… (Se acerca a él e intenta abrazarlo) si necesitás llorar, yo puedo…
Él: ¡No me toques! ¡Dejame en paz! ¡Dejame en paz! (Su voz se va apagando a la vez que ella lo abraza, conteniéndolo, como una enfermera a un niño internado) Lo que pasa es que los extraño. Los extraño demasiado. Yo… no merezco haber sobrevivido. No, qué digo, sí lo merezco. Ellos ahora están durmiendo, descansando… mientras yo quedé acá sufriendo, solo…
Ella: Tranquilo, tranquilo. Ya está, ya pasó. (Silencio) Esta Mariana, Natalia… ¿Eran tus hermanas?
Él: Mariana era mi mujer. La mejor mujer que había sobre la tierra. Era tan buena, tan comprensiva. Nunca pude hacer nada para devolverle todo lo que me dio. Nada le daba miedo. Si ella estuviera acá, ahora mismo, no se quedaría como yo, llorando en un rincón. Ella se levantaría, me arrastraría con todas sus fuerzas y pelearía contra este destino ridículo, riéndose, riéndose de todo. Yo la amo. Quiero volverla a ver, quiero estar con ella. ¿Podés entender eso? ¿Lo que se siente el perderlo todo? ¿Sabés lo que es estar completamente solo? No aguanto más esto (Se levanta y comienza a irse).
Ella: ¡Pará! ¿Qué haces? ¿A dónde pensas ir? ¡No hay a donde ir!
Él: Sabés exactamente a donde voy.
Ella: ¡No, no lo hagas! ¡Ni se te ocurra! (Lo abraza) ¡Por favor, no te vayas, no me dejés! ¡Hago lo que quieras, pero quedate, quedate conmigo! Si querés… puedo reírme como tu esposa. Mirá, vas a ver que también puedo. ¡JAJAJAJAJA! (Ríe, grotescamente falsa. Él corta su risa de repente con una cachetada)
Él: ¡¿Te pensás que todo esto es una joda, qué mierda te pasa?! (Ella no contesta. Silencio.) Perdón. No te quise pegar.
Ella: Es lo mismo que dicen todos. (Cínicamente) Igual, ¿sabés qué? Tenés razón. Para mi todo esto es una joda. ¿Qué voy a entender yo? Así que dejá de soportar a una pelotuda y andate, ¡Andate bien a la mierda!
Él: Esperá, perdoname, yo…
Ella: No tenés nada que explicarme, ya me lo dijiste todo. Andá a matarte, si te la bancás. A mi me chupa un huevo lo que hagas. ¿Querés seguir llamando por celular hacia la nada? Dale, hacelo. Y ojalá que te atienda tu esposa muerta… (Él la calla tapándole a la fuerza la boca)
Él: ¡Basta! Ya basta, es suficiente. (Los dos quedan en silencio. Se sientan, sin atreverse a mirarse.)
Ella: Perdón. Soy una tarada, no se comportarme.
Él: No, no. Tenés razón. No tiene sentido que siga llamando, no queda nadie allá afuera. ¿Y para qué me voy a matar? Ya no voy a volverlos a ver. Además, si en verdad solo quedamos nosotros dos, no puedo abandonarte. ¿Quién te va a cuidar si yo no estoy? (la abraza)
Ella: ¿Pero qué paso, por qué este cambio…? (Se calla, dejándose envolver entre sus brazos) Nunca me abrazaron así.
Él: Yo siempre amé a Mariana. Pero nunca pude hacer algo por ella. Yo siempre recibía, me dejaba cuidar por ella como si fuera un nene. Me sentía tan débil, tan inútil.
Ella: No creo que lo seas.
Él: Yo sí. No creo merecer todo lo que ella me dio. Y si ahora estamos en esta situación de mierda, que no tiene ninguna solución. Cuando aparece alguien a quien puedo ayudar. ¿Por qué no lo haría? El nene tiene que crecer, y después cuidar a otra nena.
Ella: No te burles de mí.
Los dos dejan que el silencio los inunde. Él juega con el pelo de ella. Ella voltea para verlo de frente, queriendo darle un beso, pero se ve interrumpida por el celular, haciendo sonar "Is not unusual", de Tom Jones, a todo volumen. Los dos miran con horror al celular, tendido en el piso como una lápida, mientras la luz baja hasta el…
APAGÓN

sábado, 23 de julio de 2011

Road

Vale aclarar, el siguiente poema es parte de una tarea para teatro. Nos pidieron que escribamos en un papelito el nombre de un poema. Luego, mezclaron los papeles y nos los repartieron al azar. Me tocó un papel que decía "Peregrinaje". La consigna es escribir algo, un cuento, una poesia, lo que sea, basado en ese título. Un rapto de 'inspiración' me llevó a escribir esto.


Peregrinaje

La Fe es así,
y los fieles así viajamos.
pateando los caminos conocidos
abriendo pasajes por conocer
la meta siempre inconclusa
con matices tan personales como uno
ella nos empuja por las rutas
arduas, llenas de piedras
bandidos acechando en las sombras
hongos venenosos esperando nuestra hambre
acantilados llameantes de olas
que nos tientan con una poética muerte
los callos de nuestros pies
imitan las líneas del destino
después de tanto andar
finalmente
llegamos a la catedral,
meca de nuestra ardorosa Fe,
solo para verla consumida,
arrasada por el fuego bárbaro
y nosotros, los fieles creyentes
lloramos con nuestras rodillas
abrazadas al suelo
solitariamente, solamente
porque nuestro viaje ha terminado.