lunes, 11 de febrero de 2013

Not Dead

"Yo no estoy muerto"
Vuelve a repetir el hombre frente a la ventanilla translucida. Ve que la sombra, la cual se asemejaba ligeramente a la silueta de un ser humano, se mueve despacio, como acercandose al vidrio; quizás, queriendo escuchar mejor. Pero lo único que se escucha es el mismo soplo distorsionado que viene repitiendose desde el primer momento. El hombre vuelve a insistir, y la ventanilla le responde de la misma manera. Levanta la mano y apoya un dedo sobre el vidrio frío, que esconde a la persona del otro lado. Al menos, tendría que ser una persona. ¿Habrá alguien del otro lado? Hace tanto tiempo que el hombre está mirando que confunde su vago reflejo con la sombre a través de la ventanilla. A veces golpea el vidrio con fuerza, pero un eco apagado le quita las ganas de seguir. Luego insiste, insiste ilógicamente con su demanda, su pedido, su declaración, su vergüenza, su vano parlamento. Alguien lo está escuchando, esa sombra, dios u hombre, sea quien sea, lo escucha, no se va. Le estará pidiendo que hable más fuerte, le estará dando direcciones. El espesor del vidrio no le permite escuchar nada, solo un murmullo de estática, un pasto suave donde los signos y significados se hunden en la nada. Entonces la garganta del hombre ataca otra vez, toma aire, vibra de la forma adecuada para que las cuatro palabras reboten en las paredes de su boca y envien el mensaje que (el hombre está seguro) los oidos del otro lado del vidrio deberán escuchar. Tienen que escuhar. Pueden escuchar. Espera, un medio segundo de silencio, de vacío, en el que el cerebro pasa de enviar a recibir, una sed de comunicación que se despliega tranquila en cada nervio del cuerpo mientras espera, espera el llamado, el mensaje, la palabra que lo libere, que lo llene de seguridad, es que no está muerto. Un muerto no habla, no escucha. Un muerto no tiene sed. Un muerto no sufre. Pero el hombre no lo sabe. Detrás del vidrio, del otro lado de la ventanilla está la verdad. Y declama, grita, sangran las cuatro palabras de sus labios, en eterno renacer.
Una vibración ininteligible, su única respuesta.

Del otro lado del vidrio, otro hombre, con otra historia a sus espaldas, habla despacio contra el vidrió, como rezando, o suplicando, un pequeño mantra.
"Yo no estoy muerto"