domingo, 28 de agosto de 2011

Goodbye

Cerramos los ojos al despedirnos
para que el otro desaparezca completamente
solo así podemos creer que en la vida
hay algo que tenga final

la vida es experta en seguir
aferrarse al tiempo como mancha insistente
encogerse y diluirse para seguir clavada
en cada una de las puntas de su tela

cuando nos decimos adiós
sufro porque sé de tu ausencia
porque no decidís quedarte conmigo
porque el mundo se empeña en separarnos

tu existencia, atrapada en tu perfume
me sigue arrastrándose como una cuerda
que me ata a tu presencia corpórea
sin dejarme respirar

decirte adiós es volver
salir del exterior, cerrarme en el pasado
miradas de cristal que forma tu recuerdo
enterrado, alterado, desahuciado

es la muerte la que entrega un final
un corte limpio, un corte seguro
solo duele la esperanza de que la vida siga
porque después del final ya no queda nada
que desear.

sábado, 20 de agosto de 2011

Eve

Otra tarea de teatro. Quizas haya quedado un tanto cliche, pero agradezco que estos muchachos/as me den tanto material de inspiración (o como se diga hoy en día).

Vale aclarar, el final será cambiado en un futuro posiblemente cercano. Posiblemente, el quiebre del muchacho sea un tanto más realista.


Eve (Dos Personas)


Dos personas, un hombre y una mujer, sentados en la oscuridad de la estación Corrientes de la línea H de subtes. Él tiene unos diez años más que ella. Ambos están sentados, junto a la pobre luz que da un celular. El silencio domina la escena. Algo en la actitud de los dos denota que se encuentran en esta situación desde hace largo tiempo.
Él toma el celular con firmeza. Marca el número de su esposa y camina de un lado al otro del escenario, desesperado.
Ella: ¿Podes dejar ese celular en paz? ¡No vas a conseguir comunicarte con nadie! ¿No te das cuenta de que no queda nadie allá arriba? (Él la ignora) ¿Me estás escuchando? Por más que te duela, solo quedamos nosotros dos. (Se levanta y lo enfrenta) ¿Podes dejar ese celular, por dios? ¡Lo único que falta es que encima le termines la batería al pedo!
Él: ¿Si no hay nadie arriba, para qué querés el celular?
Ella: Le tengo miedo a la oscuridad. (Él deja el celular en el suelo. Vuelven a sentarse juntos) Ni siquiera me gusta ese celular, ¿Sabes? De hecho, lo odio. Me lo regaló mi novio… bah, debería decir mi ex-novio… (Le sonríe, cómplice. Él ignora por completo la broma) Le puso un ringtone horrible. Yo no lo entiendo, apenas sé llamar y mandar mensajes. (Se recuesta sobre el hombro de él, recordando) Igual, no es como si tuviese a alguien a quien llamar. Solo lo tenía a él. Éramos novios desde chicos, ¿Sabes? Siempre la pasábamos juntos.
Él: No me interesa que me cuentes tu vida.
Ella: ¡Ay, que mala onda! No deberías tratar así a tu Eva. (Él no le contesta) ¡Ja, ja! ¿Te imaginas si en verdad somos las únicas dos personas que quedan en el mundo? Imagino que eso te deprimiría. Como si fuese difícil adivinarlo, todo te deprime.
Él: ¿Te podés callar un poco?
Ella: ¿Qué, tenés algo más importante para hacer? (En respuesta, él agarra el celular y comienza a marcar un número. Ella lo detiene, presurosa) ¡No, no, no, no! ¡Perdón, perdón! No quise decir eso, perdoname, pero dejá ya ese celular, por favor.
Él: ¿Tanto miedo le tenés a la oscuridad?
Ella: Si. ¿Acaso vos no le tenés miedo a nada?
Él: (Perdido en sus pensamientos) No… ya no. ¿A qué le puedo temer ahora? Todo lo peor que podría haber pasado, pasó. Mariana… Gabriel… Jimena… Natalia… ¿Por qué…?
Ella: ¿Son tu familia?
Él: Eran mi familia. Ahora… son solo recuerdos.
Ella: No lo sabía… eh… (Se acerca a él e intenta abrazarlo) si necesitás llorar, yo puedo…
Él: ¡No me toques! ¡Dejame en paz! ¡Dejame en paz! (Su voz se va apagando a la vez que ella lo abraza, conteniéndolo, como una enfermera a un niño internado) Lo que pasa es que los extraño. Los extraño demasiado. Yo… no merezco haber sobrevivido. No, qué digo, sí lo merezco. Ellos ahora están durmiendo, descansando… mientras yo quedé acá sufriendo, solo…
Ella: Tranquilo, tranquilo. Ya está, ya pasó. (Silencio) Esta Mariana, Natalia… ¿Eran tus hermanas?
Él: Mariana era mi mujer. La mejor mujer que había sobre la tierra. Era tan buena, tan comprensiva. Nunca pude hacer nada para devolverle todo lo que me dio. Nada le daba miedo. Si ella estuviera acá, ahora mismo, no se quedaría como yo, llorando en un rincón. Ella se levantaría, me arrastraría con todas sus fuerzas y pelearía contra este destino ridículo, riéndose, riéndose de todo. Yo la amo. Quiero volverla a ver, quiero estar con ella. ¿Podés entender eso? ¿Lo que se siente el perderlo todo? ¿Sabés lo que es estar completamente solo? No aguanto más esto (Se levanta y comienza a irse).
Ella: ¡Pará! ¿Qué haces? ¿A dónde pensas ir? ¡No hay a donde ir!
Él: Sabés exactamente a donde voy.
Ella: ¡No, no lo hagas! ¡Ni se te ocurra! (Lo abraza) ¡Por favor, no te vayas, no me dejés! ¡Hago lo que quieras, pero quedate, quedate conmigo! Si querés… puedo reírme como tu esposa. Mirá, vas a ver que también puedo. ¡JAJAJAJAJA! (Ríe, grotescamente falsa. Él corta su risa de repente con una cachetada)
Él: ¡¿Te pensás que todo esto es una joda, qué mierda te pasa?! (Ella no contesta. Silencio.) Perdón. No te quise pegar.
Ella: Es lo mismo que dicen todos. (Cínicamente) Igual, ¿sabés qué? Tenés razón. Para mi todo esto es una joda. ¿Qué voy a entender yo? Así que dejá de soportar a una pelotuda y andate, ¡Andate bien a la mierda!
Él: Esperá, perdoname, yo…
Ella: No tenés nada que explicarme, ya me lo dijiste todo. Andá a matarte, si te la bancás. A mi me chupa un huevo lo que hagas. ¿Querés seguir llamando por celular hacia la nada? Dale, hacelo. Y ojalá que te atienda tu esposa muerta… (Él la calla tapándole a la fuerza la boca)
Él: ¡Basta! Ya basta, es suficiente. (Los dos quedan en silencio. Se sientan, sin atreverse a mirarse.)
Ella: Perdón. Soy una tarada, no se comportarme.
Él: No, no. Tenés razón. No tiene sentido que siga llamando, no queda nadie allá afuera. ¿Y para qué me voy a matar? Ya no voy a volverlos a ver. Además, si en verdad solo quedamos nosotros dos, no puedo abandonarte. ¿Quién te va a cuidar si yo no estoy? (la abraza)
Ella: ¿Pero qué paso, por qué este cambio…? (Se calla, dejándose envolver entre sus brazos) Nunca me abrazaron así.
Él: Yo siempre amé a Mariana. Pero nunca pude hacer algo por ella. Yo siempre recibía, me dejaba cuidar por ella como si fuera un nene. Me sentía tan débil, tan inútil.
Ella: No creo que lo seas.
Él: Yo sí. No creo merecer todo lo que ella me dio. Y si ahora estamos en esta situación de mierda, que no tiene ninguna solución. Cuando aparece alguien a quien puedo ayudar. ¿Por qué no lo haría? El nene tiene que crecer, y después cuidar a otra nena.
Ella: No te burles de mí.
Los dos dejan que el silencio los inunde. Él juega con el pelo de ella. Ella voltea para verlo de frente, queriendo darle un beso, pero se ve interrumpida por el celular, haciendo sonar "Is not unusual", de Tom Jones, a todo volumen. Los dos miran con horror al celular, tendido en el piso como una lápida, mientras la luz baja hasta el…
APAGÓN

sábado, 13 de agosto de 2011

Pidgeon Tail

Longest story so far (not counting fanfics, of course).


Pidgeon Tale

Desde pequeño es que tengo un odio profundo hacia las palomas. Estúpidas ratas emplumadas, traedoras de mugre y enfermedades, abundan en los rincones más detestables de las ciudades. Agazapadas en sus inmundos nidos escondidos en edificios gubernamentales o en altas oficinas donde los más turbios negocios se realizan. Aparecen en todas partes, a toda hora. Bajan a menudo a la tierra, el polvo, para alimentarse de las migajas que inconscientes niños o descuidados ancianos les arrojan tan a menudo, como para que ellos se sientan poderosos al ver como esa ingente chusma acude a sus deseos, como si con esos pobres alimentos algo de su impotencia desapareciera. Pero solo reproducen la peste de las ciudades, las nefastas palomas.

Alguno puede pensar que este odio incondicional es injustificado, caprichoso. Que vuelco mi furia hacia animales insensatos por no atreverme a apuntarla contra los verdaderos hacedores de mi desdicha. Dudo que eso sea cierto. Pero ya desde mi primera experiencia con ellas las odie con la misma intensidad de hoy en día. Cuando era pequeño, vivía en las afueras de la ciudad. Mi familia tenia una espaciosa casa con dos pisos, patio e incluso una buhardilla. Era lo suficientemente alto para que entrara un niño de 10 años de pie, así que era uno de mis lugares favoritos. Tenía una ventana que daba hacia el oeste, mostrando el agradable horizonte de casas bajas que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Pasé incontables horas en aquel cuarto, mirando hacia afuera, leyendo libros o sólo jugando con mi canario mascota. Digo jugando, aunque realmente no era así. A veces golpeaba suavemente su jaula, o le movía la comida y el agua de lugar. Hasta ahí llegaba mi interacción con él. Sin embargo, lo amaba. Era de un color amarillo apagado, probablemente porque ya fuera viejo cuando lo tuve, y tenía los pequeños ojitos negros y atentos, mirando todo. Moviéndose de un lado a otro en su pequeña jaula, siempre hiperactivo. Jamás trató de escapar, ni aunque olvidara la puerta de su cárcel brevemente luego de cambiarle el agua o reponer sus semillas. Aunque de todas maneras no hubiera llegado muy lejos, ya que la ventana que tenía al lado de su jaula estaba siempre cerrada.

Un día, al volver del colegio, me pareció escuchar un ruido que venía desde la buhardilla. Tenía hambre, así que lo ignoré mientras merendaba, pensando que solo era mi canario revoloteando alegremente en su jaula. Recuerdo que extendí esa comida sin razón alguna, como si inconscientemente supiera qué era lo que se avecinaba. Subí escalón por escalón hasta el piso superior, donde estaba la buhardilla y apenas mi cabeza entró en el cuarto lo vi. Proyectando una enorme sombra emplumada sobre el suelo de madera, el interior de la jaula se había convertido en una horripilante masa viviente. Temblando y agitándose, el cúmulo indiscernible movía la jaula de un lado a otro, en pequeños pasitos. El viento golpeando mi cara en el medio de mi refugio me hizo despegarme de esa visión irreal. El viento que soplaba desde la ventana, por primera vez en mucho tiempo, plenamente abierta. Di un paso en ese cuarto ahora ya tan extraño, aturdido por lo incomprensible de aquella masa, y al pisar, el suelo crujió en respuesta. Ese crujido hizo que el tiempo mismo se detuviese, al parar el movimiento de la mancha negra que había tomado el lugar de mi canario. Desde aquella oscuridad, notaba ojos que se fijaban en mí. Pero no los curiosos ojos de mi mascota, no. Estos ojos eran desalmados, vacíos de cualquier sentimiento, imperturbables. Y eran más de dos. Con la fuerza que me daba el terror y la confusión, corrí hacia la jaula y la pateé, haciéndola atravesar la ventana. Viéndola volar en el aire, note los asquerosos componentes de aquella masa. Palomas. Decenas de ellas. Vi perfectamente como, mientras la jaula descendía con velocidad hacia nuestro jardín, las palomas se iban desprendiendo de la gran masa, montones de palomas como hojas arrancadas a un libro. Vi como la mancha se reducía hasta desaparecer cuando la jaula alcanzó el suelo, golpeándolo con un gran crepitar de metal. Bajé corriendo las escaleras y llegué al patio antes que cualquiera. No se si sentirme afortunado por esto. Se que mis padres no me habrían dejado ver lo que vi si ellos hubiesen llegado antes. Seguramente me hubieran dicho que el canario se escapó, sin reprocharme que haya tirado la jaula por la ventana. Hubieran tratado de olvidar el asunto, regalándome otra mascota o enterrando completamente el tema. Pero yo llegué antes y vi lo que esas malditas palomas habían dejado en la jaula, que ahora parecía aplastada por un camión o una criatura enorme. En su interior, entre la mierda y las plumas que oscurecían el color de los finos barrotes, las tacitas rojas donde le dejaba el alimento y el agua se encontraban destrozadas. Aun muchos años después seguimos encontrando piezas de esas tazas desperdigadas en el patio. Pero eso no era el único 'regalo' que me habían dejado las palomas. Los primeros segundos de contemplar ese repulsivo desorden no lo noté, pero había algo más entre las plumas y los desechos. Algo que ya nunca me miraría con sus curiosos ojos. Semi-devorado, los restos sanguinolentos de mi canario reposaban en un espantoso ataúd de metal y mierda. Las palomas se habían comido a mi canario.

Muchos años pasaron desde aquel evento. Mis padres fallecieron, me mude a la ciudad para estudiar y trabajar, conocí a alguien. Nunca revelé este secreto a nadie. Solo mis miradas enfurecidas contra las palomas contaban de su existencia. Algunos de mis amigos notaron esas miradas y me cargaban. Comentaban los cambios del nido de palomas que se veía desde la ventada de la oficina como si fuera la novela del momento. Me llevaban a alimentar a las palomas a la plaza, como si fuese un niño o un anciano. Tanta atención le prestaban a animales tan poco llamativos que llegaron a notar, como lo vengo haciendo silenciosamente desde hace unos pocos años, que las palomas de hoy en día ya no le tienen miedo a las personas. Antes, cualquiera que se acercara a unos pocos metros de un cúmulo de estas ratas aladas provocaba una inmediata reacción en cadena, que hacía que las palomas elevaran inmediato el vuelo como repentinas nubes de plumas grises. Pero ahora hasta solas, en un virtual uno contra uno frente a cualquier ser humano, se quedan paradas, manteniendo su posición provocativamente aunque nuestros pies se hallen a meros centímetros de su cuerpo. Las personas deberían agredir más a estos pretenciosos pajarracos. Tal vez con unas cuantas patadas aprendan a respetar su lugar dentro del ecosistema citadino. Yo, con toda mi historia, no puedo hacerlo. Cada vez que me acerco a una de ellas y en mi mente brilla la idea de descargar mi ira con un rápido movimiento, la imagen de mi canario medio devorado vuelve para acecharme. Mi estómago se revuelve y la paloma consigue su insignificante victoria frente a mi pie. Viví estos duelos infinitamente, ya que la oficina donde trabajo queda a pocos pasos de una gran plaza donde miles de estos animales viven y mueren. Obligado a recorrer ese absurdo campo de batalla la mayor parte de los días, me alegraba cada vez que, más por empeño de mi mirada que de la cercanía de mi pie, una paloma se alejaba aleteando torpemente de un enfrentamiento ridículo.

Un día, como tantos otros, cruzaba aquella zona de guerra invisible cuando pase al lado de un linyera. Lo noté horas después, recordando la escena con detenimiento. Mi prisa y la abundancia de linyeras por la zona provocaban que, si bien percaté su existencia física, mi pensamiento no se detuviera ni un segundo en él. Atravesaba sin mirar la plaza inundada de plumas cuando este linyera me dijo claramente "Vos odias a las palomas". Me detuve al instante. Tardé unos largos segundos en darme vuelta para contemplarlo, y una vez que mis ojos se fijaron en él lo contemplé en el ruidoso silencio de la calle. En su aspecto nada se destacaba de otros linyeras: ojos nublados y desviados, piel oscurecida por la mugre acumulada, barba tupida, gris y desordenada, harapos desgastados a tal punto que parecen ser del mismo color que la piel, bolsas de plástico de algún supermercado derrochador tapando los agujeros de la vestimenta, horribles pies descalzos arrastrándose con culpa por el suelo. Su mirada parecía evitar la mía, no supe si por la borrachera que su ropa revelaba o por propia decisión. Debo haberme concentrado tanto en su apariencia porque no pude creer, o siquiera entender lo que me dijo. Él repitió, "Vos odias de corazón a las palomas. Lo se muy bien.", mientras daba unos pasos adelantándose. Acercó su cara a una distancia íntima. "Lo se porque ellas también te odian.". En ese momento la frase me pasó por encima. Solo pude comprender lo que dijo más adelante, cuando comencé a recordar todo lo que habló, recapitulando y uniendo la verdad de sus ojos con los sonidos de su garganta. "¿Nunca escuchaste de la excusa de los vegetarianos? Cuando uno come carne, cuando come un animal, come su alma, come su espíritu, come sus sentimientos. Ustedes se la pasan comiendo carne. Por eso son sumisos y estáticos como las vacas, se revuelcan en su mierda como los cerdos, tiemblan y atacan en la oscuridad como los pollos. Yo, en cambio, (él se dio vuelta alejándose. Sin embargo, pude notar que su boca se quebraba en una media sonrisa desencantada) estoy en todas partes. Soy los ojos que todo lo ven."

domingo, 7 de agosto de 2011

Comunication

Imágenes y sonidos, piedras en un altar
golpeamos las campanas para hacernos escuchar
en todo el pueblo resuena el rumor
de un mensaje que produce pavor

las ventanas se cierran, armazón de madera
protege la casa de la invasión certera
la familia se esconde, apaga la hoguera
el mensaje se acerca de forma serena

sabores y olores, tiempos negados
el escriba atento no se ha levantado
no queda registro en la arena dejado
de notas que los aromas han cantado

dragón resbaladizo, guardián del tesoro
que en cinco mil segundos al día devoro
tierra fundida que a veces añoro
cuando la gruta carece de oro

tacto, suave y rugoso sendero
jamás podremos disfrutarlo entero
siempre la noche llega ligero
antes de llegar al refugio austero

lanzas, dagas, heladas de llamas
desgarran paredes como si fueran balas
corre temblorosa por tu vida cara
mientras el mapa se pierde en la nada

el mensaje te persigue hasta allí
gimes entre sombras, 'no me mires a mí'
el cartero se despliega ante ti
gritando 'soy yo quien está aquí'.

martes, 2 de agosto de 2011

Future

En mi ciudad, escondido entre uno de los matorrales del pequeño parque interior de cierta edificación, se esconde La Planta para Ver el Futuro. Se dice que preparando y bebiendo una infusión hecha con esta planta permite tener una visión clara y precisa sobre el futuro. Se dice que solo aparece una cada tantas décadas, y que no existe más de una a la vez. Su nombre científico es Cephalotus Cassiopeia, aunque esto no interesa ya que su genoma no corresponde esa especie. Parece una pequeña inflorescencia, frágil y clara, surgiendo del pasto circundante, creciendo a la sombra de un arbusto mayor que la cubre de miradas curiosas. No produce esporas y sus raíces se extienden unos pocos centímetros por debajo de la tierra. Durante años se ha mantenido inerte, sin cambiar su tamaño ni marchitarse, pero tampoco dando señas de reproducirse. Esto último molesta a quienes, sabiendo de su existencia, buscan aprovechar sus virtudes.

Pero este no es el único mecanismo de defensa de La Planta para Ver el Futuro. En otras dos edificaciones similares, con sendos parques interiores, hay entre los arbustos pequeñas plantas parecidas, pero sutilmente diferentes. De aspecto idéntico a la Casiopea, estas copias no poseen su cualidad única de permitir ver el futuro. A cambio, ofrecen un poderoso veneno capaz de matar a quién, confundido por su parecido con la Casiopea, se atreva a consumirla. Algunos piensan que clonando la Planta pueden atravesarse las dificultades que conlleva su recolección. Lamentablemente, todos los intentos de copiar o de alguna manera duplicar la Casiopea solo consiguen crear sombras venenosas e infértiles, como si su místico poder se debiera a una mágica conjunción de energías en el lugar preciso. Aún así, estos sistemas solo consiguen disuadir a quienes, individualmente, desean obtener las virtudes de la Casiopea. Hay personas con mucho más poder, con varias vidas a su disposición. Pero contra ellas la Planta también está preparada. Las visiones, para alguien no entrenado, pueden confundirse con los recuerdos. La historia es cíclica, lo que sucedió volverá a pasar, una y mil veces. Las personas nacen y mueren, los imperios se alzan y desaparecen, el sol siempre vuelve a salir al día siguiente. Una visión arrojada a una mente inexperta sería el equivalente a quemar la planta en una hoguera.

Incluso habiendo encontrado la verdadera Planta y entregando a una mente entrenada la infusión de la Casiopea, no se puede asegurar de que la visión se realice con éxito, o más bien, que muestre lo que uno desea que muestre. Las visiones, y particularmente las producidas por la Casiopea, son de naturaleza caótica. Hay la misma chance de que muestre a su eventual espectador un evento futuro intrascendente, los números de la lotería de la semana próxima, todos los detalles de un invento que revolucionará al mundo, el día de la muerte del visionario o incluso, pícaramente, el lugar de nacimiento de la siguiente Planta para Ver el Futuro.