sábado, 5 de diciembre de 2020

Listener

Para dar un paso, siempre un pie tiene que estar frente al otro. Mientras el de atrás se queda firme, sosteniendo todo el peso, el del frente avanza, temeroso, hacia lo desconocido. Extiende su sensibilidad, hasta encontrar la respuesta inequívoca de la tierra firme, para tomar su decisión, y con esa fuerza sostener todo el peso, para dejar que el otro pie haga su propio avance.

Es natural, entonces, que él sepa exactamente lo que voy a hacer. Abre las puertas de las habitaciones cuando mis manos están a un centímetro del picaporte. Aventura un almohadon en el espacio que el que tenía un vago deseo de sentarme. Toma mis manos, con firmeza, antes que la noticia del frío llegue a mi conciencia.

Él es un buen oyente, me conoce muy bien. Siempre sabe qué prepararme de comer. No se de dónde toma las pistas. Será que mira sobre mi hombro cuando reviso mis redes, tomando una precisa nota mental de cuantos segundos me detengo en cada foto. Podrá inferir mi pulso en base a cómo varían los colores en mi cara. Quizás los distintos sonidos de mis pasos, a veces rápidos, sugerentes, sigilosos, otras veces pesados, aferrados a la tierra, le den noción de mis intenciones más ocultas.

Es realmente mi cabeza la que quiere posarse en su hombro, o es esa apertura, esa hospitalidad que exuda, lo que me atrae a su abrazo profundo? Es el hambre lo que mueve mis mandíbulas, o es el festín que aparece frente a mis ojos el que obliga a mis manos a actuar?

Estoy preocupandome de más. Él sabe lo que es mejor para mi. Por eso, no debe inquietarme el taburete solitario en medio de la habitacion, ni la ominosa cuerda que cuelga sobre el mismo.