sábado, 14 de mayo de 2011

Speed (of reaction)

Mirada

El subte es mi lugar favorito de la ciudad. Anchas arterias bombeando sangrantes ciudadanos del centro a las afueras, de las afueras al centro. Siento a esas sólidas recámaras y pasillos como útero maternal, con su húmedo, espeso aire llenando los pulmones. Nada se compara a viajar en el subte. De pie entre nerviosos desconocidos, con la conciencia de saberse bajo los pies de una ciudad en actividad, el oído anulado en la fricción de los vagones con el resto del mundo, sin ningún cambiante paisaje por el cual dejar escapar la mirada. El subte condensa el placer de viajar a su mínima expresión: el sentirse en movimiento. Nada más perfecto que el verse arrastrado involuntariamente.

Esperaba un tren con mis pies apoyados sobre la línea amarilla que divide el mundo de los hombres y el de los trenes. Balanceaba mi peso entre mis pies, indeciso, dejándome llenar por la locura que me rodeaba. Aunque la llevara dentro, en ese precioso momento todo eso estaba allá, arriba. Apuré el ritmo de mi balanceo, acelerando la decisión. Dónde terminaría mi siguiente viaje. Oigo unos pasos acercándose, al tiempo que la maravillosa música de un motor trotador se abría paso por el túnel. Giro mi cabeza para ver al nuevo espectador, y mis ojos encuentran a una mujer parada a unos metros de distancia. Vestida de forma simple y apagada, se sacaba presurosa la bufanda con las mismas manos que agarraban un celular nerviosamente. Los faroles del incipiente tren se adivinaba en las paredes cuando mi mirada se cruzó con la de ella. El impacto del tren que se acercaba hubiera sido imperceptible. Una luz me hablaba desde el fondo de aquellos ojos, cantando con una amable voz, como diciéndome, con sus uñas mal pintadas, con sus hombros desparejos, con las marcas en su rostro, con el arrollo que susurraba en el fondo de sus ojos, que ella era como yo. Que ella podría entender por qué tomo las decisiones, por qué me refugio bajo tierra, por qué escapo de una vida civilizada allá arriba, por qué me escondo de sus miradas como un feto temeroso de la aguja, por qué elijo dejarme llevar entre la oscuridad, viajando sin viajar, girando eternamente bajo las sombras, en las entrañas de la tierra. Quise saltar, saltar hacia aquellos ojos, que silenciosamente buscaban, como los míos, una mirada en la cual reflejarse, en la cual verse como un igual. Dejar de mirar hacia arriba, y solo mirar al frente, donde todo lo posible se abría como manantial.
Pero el tren llegó, y todo eso terminó.

No hay comentarios.: