Hole
El silencio es una farsa. Jamás hay verdadero silencio. En cuanto sucedió el derrumbe y dejamos de gritar inútilmente, entendimos de inmediato nuestra situación. Un zumbido vino a ocupar el espacio que antes llenaban nuestras voces, el chirrido de las armaduras, el crepitar del fuego de las antorchas, la vibración imperceptible de las cosas de la vida.
Después el zumbido cede su lugar al sonido del propio cuerpo. La respiración deja de ser un suspiro, más atemorizado o menos, para ser un complejo mecanismo: Se abre la válvula del pecho y un músculo bajo los pulmones se tensa y comprime, forzando el aire cerca de la nariz a entrar a las tuberías que llenan la garganta. La válvula se cierra, y el aire encerrado tiembla entre las costillas. El torso, incómodo en su extensión, se cierra sobre los pulmones y la válvula no encuentra otra opción más que abrirse, dejando escapar el aire, que ahora sabe lo que es la libertad.
Las articulaciones rechinan, hablan entre si a través de los cables del cuerpo, y recién ahí uno es conciente de lo minuciosa que es la maquinaria humana.
Cuando el tímpano se acostumbra a que el sonido provenga de adentro, aparecen las sombras de los otros en la oscuridad. Primero como el roce de la tela y el metal con la piedra, antes escondido tras el ritmo del bombear de la sangre en los oídos. Luego la saliva jugando en la boca ajena, las burbujas espesas surcando los huecos de los dientes, la lengua saboreando la nada en su prisión de carne y hueso. El rascar de los parpados, entrelazándose con tanto ruido que uno no puede escuchar nada más. El chapoteo suave de los parpados al abrir y cerrarse. El salpicar sin alegría del iris girando en la negrura. Incluso eso desaparece. Y ya nadie se mueve. Ya no hace falta. Solo resta esperar para siempre, ya que ni el hambre nos llamará a la tumba. Esperar que la nada misma nos consuma, o que alguien apriete el maldito botón.
Nuestro pequeño limbo, el hueco del hogar de una falsa chimenea, está coronado por un botón de color negro, hecho de marfil. Sobre él, en un pequeño cartel metálico, la frase “No apretad el botón”, tallada torpemente. Lo vimos momentos antes del derrumbe, pero no reparamos en él hasta que lo inexorable de nuestra situación nos lo puso en la cara, literalmente.
“Perdido por perdido”, Jonhás decía, mientras trataba de convencernos. Por supuesto, él jamás ve las consecuencias de sus actos. Decidió ser aventurero ignorando (o quizás a causa) los consejos de sus padres. Trabajó en un barco mercante, hasta que llegaron a unas costas lo suficientemente alejadas de la ley y escapó con unos hombres y suficiente alimento para un viaje corto. Lo encontré en medio de la selva, hambriento y con los ojos llenos de aventuras. Incluso en esta cripta, a miles de metros bajo la tierra, su ansia era tan fuerte como el primer día. El ansia que lo llevó a leer unas palabras antiguas, escritas sobre el pedestal que había frente a la falsa chimenea, el pedestal que activaba la trampa.
“Por algo está el cartel”, Mikael decía, mientras trataba de convencernos. Quizás esté reviviendo cada uno de sus días, repensando cada elección que lo llevó hasta aquí, a este triste paraíso de ateos, porque quien no tiene dios no tiene recompensa. Fiel creyente, su vida fue el producto de la tabla de mandamientos. Leyendo durante años sobre los santos y sus fieras hazañas contra el enemigo, su sangre clamaba por algo que no se encontraba en los libros. Su aptitud para la magia era imprescindible para cualquier aventurero que quiera triunfar, así que lo contraté enseguida. Cuando logró crear estos anillos, que nos alivian la molestia de comer, beber y respirar, regalándonos un paladeo del sabor de la eternidad, creí que mi elección había sido la correcta. Pero esta breve inmortalidad no nos dio tiempo para arrepentirnos de todas nuestras malas elecciones. Mikael, el único que sabía leer, apoyado en el pedestal, dandole el peso que faltaba para activar la trampa.
Yo estoy tranquilo. La oscuridad me abriga, me hace compañía. Finalmente encontré un lugar donde no hay que escapar, donde no hay que salir a saquear, a pelear para demostrar algo, porque no hay nadie a quien demostrar. La oscuridad esconde el botón de mis sentidos, el botón que podría romperla. El botón que ya había roto el falso silencio provocando la discusión entre Jonhás y Mikael. Pero ya no se mueven. Ya nada se mueve.
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Aplausos!
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