Angler
Angler (Anzuelo)
Hace mucho que no nos vemos ¿Te acordás de mí? (silencio) Me gustas. Mucho. No me mires con esa cara de sorpresa, ya lo sabías. Hace rato que te estoy siguiendo... desde la primaria. El primer día, la maestra nos preguntó cual era nuestro animal favorito, y respondiste “El pez anzuelo”. En ese momento, pensé: “qué animal feo. Con esos ojos, los dientes así, y la lamparita en la cara”. No entendía qué te gustaba de ese bicho. Así que te empecé a mirar. Quería saber qué pasaba por esa cabecita. Y en algún momento lo entendí. El pez anzuelo es un pescadito que nada en las profundidades. Va todo el tiempo solo, en el oscuro inmenso, con su lamparita. Vos también estabas muy solo.
En los recreos, todos salían al patio, menos yo. Prefería quedarme dibujando. La maestra apagaba la luz del aula, así que yo tenía una linterna para poder ver. Un día, no se por qué, te mandaron a vos a apagar las luces. Apretaste el botón y quedó todo a oscuras. Te vi parado en la puerta, con la luz de afuera pegándote en la cara. Era mi oportunidad. Te hice señas con la linterna. Me miraste, y te reíste. No lo podía creer. Por primera vez, hablamos todo el recreo, en el aula a oscuras, iluminados por la linterna. Me senté en el banco de la maestra porque me llevabas unos cuantos centímetros. Igual que ahora, jaja. Entonces eras tan grandote y tan chiquito, pescadito. Hablabas un montón y movías las manos así. Estabas nervioso. Yo estaba más nerviosa que vos. Nunca me habías mirado tanto, y tan cerca. (silencio) Te abracé fuerte, fuerte, porque tenía miedo de que eso no fuera real. Te dejé callado, y escuchaba tu respiración fuerte, como un pececito fuera del agua. Y levanté la cara para mirarte, y me besaste. (silencio) Un beso así... no es para cualquiera. Tus labios rozando, solo pasando por encima de mi boca, como un caracol. Pensé que iba a morir de felicidad. Pero... saliste corriendo. Que tonto que sos. Me dejaste llorando sola, a oscuras. (silencio) Pero lo peor fue que no me volviste a hablar más.
Entonces... no sabía que hacer. Cada vez que te miraba, sentía kilómetros de agua aplastándome el pecho. Pescadito, no te podía hablar. Ni te acordabas. Nada tenía sentido ya, ¿por qué iba a pensar que algo valía la pena si lo único que quería era estar con vos y ni siquiera te acordabas de mi? Por eso me tiré de la ventana del aula. De eso seguro te acordás. Que tuvieron que mover todo el curso a planta baja. Que te cargaron durante meses por mi culpa. Yo también me acuerdo. ¿Querés que te muestre mi souvenir? (se toma la remera, como para sacársela, pero no hace nada. Silencio) Me angustiaba esperando que te acordaras de mi, que me volvieras a mirar arriba de un banco. Que te pudiera dibujar pescaditos en el cuaderno, casi sin que me notes. Lloré mucho, pero... entonces me di cuenta que eso era lo mejor. Que todo sea “natural”, a la antigua. Que te deje avanzar de a poco, cada día un pasito más cerca. Primero, miradas, sin hablar. Un día cruzar palabras. Decirnos frases inocentes. Tocarnos por accidente las manos cuando me pedís una hoja. Pequeños resplandores. Toda la secundaria. Hasta que una noche, que no parezca especial, en la fiesta de un amigo en común, el cansancio y el alcohol nos dejen de repente solos y transparentes, mirándonos en silencio, en la penumbra... diez, quince segundos. Vas a querer hablar y decir y contar, y yo también, y los dos muy colorados vamos a esperar a que el otro de el primer paso... para devolverte el beso. Pero no. Tuviste que cagarlo todo.
Empezaste a darle bola a Mariana. La mirabas en los recreos. La acompañabas a la casa y a entrenar. Tomaban de la misma botellita de agua. La escuchabas, y ella te tocaba el hombro cuando te hablaba. ¿Tan solo te sentías? Para andar con una tarada, que encima no era linda, mala onda, insufrible, un pelo horrible, olor a pescado, no era linda. Le iba mal en matemática. No sabía cocinar. Una pelotuda. Era fea. No te quería. ¿Qué tenías que hacer en su casa? Te obligó, yo lo se. Inventó alguna pelotudez la muy puta para alejarte de mi, arruinando nuestra relación a la antigua. No iba a permitir que nadie nos molestara, así que la saqué del medio. Cianuro de Potasio. Un gramo, mezclado en la botellita. En un minuto perdió la conciencia. En una hora... no te preocupes, no nos va a molestar más. No tengas miedo, no te voy a hacer nada malo. Solo hay que desprenderse de lo que sobra. Vos también te portaste muy mal, pescadito. Así que ahora vamos a jugar con mis reglas.
El pez anzuelo vive en el fondo del mar. Es un pescadito solitario, que nada en la oscuridad, con su lamparita. Es tan difícil encontrar a otro de su especie, que cuando un macho y una hembra se encuentran, el macho la muerde en un costado, y se funde con la piel de la hembra. Él se desprende de sus aletas, su cola, sus ojos, todo lo que sobra, y de ahí en más el macho vive pegado a la hembra, dependiendo completamente de ella.
Estaba pensando... ahora, que ya somos grandes... ¿No sería hermoso que viviéramos juntos? Unidos. No te va a faltar nada, pescadito. Yo te voy a cuidar en todo momento. Te voy a preparar la comida, bañarte, vestirte, llevarte a dormir. No vas a estar más solo, pescadito. Vamos a estar juntos.
Ah, no te dije. Estoy estudiando medicina. Cirugía. ¿Sabés cual es mi especialización? Las amputaciones.
1 comentario:
sisi, es como una cierta reescritura de http://notebook-yqs.blogspot.com.ar/2012/04/surprise.html
(oh, autorreferencial!)
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