domingo, 23 de noviembre de 2008

A Walk in the Dark

Nuevamente nos vemos rodeados por la oscuridad. Abrimos los ojos con todas nuestras fuerzas, tratando inútilmente de captar inexistentes rayos de luz. Los frotamos, giramos mientras se acelera nuestra respiración. Pensamos en una ceguera momentánea, solo para darnos cuenta que nuestros oídos han callado, y un absoluto silencio se abre a nuestro alrededor. El olfato y gusto, tan ignorados en nuestros modernos y agitados tiempos, hace rato nos han traicionado. Aterrorizados, bajamos nuestras manos al suelo, solo para comprobar lo evidente: nuestro tacto ha desaparecido.

Inconscientes de nuestra posición, nuestro alrededor, quedamos solos. Absolutamente solos. Sin un exterior con el cual relacionarse, sin algún otro ser sobre el cual reflejarnos, nuestra misma existencia, nuestra conciencia parece debilitarse, desvanecerse en su mismo pensamiento. ¿Qué somos? ¿Cuál es la naturaleza de nuestra conciencia? preguntas jamás respondidas vuelven al pensamiento. Nunca nos importunaron en nuestra vida diaria, pero al no tener sociedad a la cual responder, realidad de la cual defendernos, cuerpo físico que nos contenga y detenga (percatamos esto hace pocos segundos), nuestra libre y solitaria mente se aventura sumida en la máxima oscuridad.

¿Qué somos? Vuelve a retumbar la pregunta en el eco del mismo vacío. Ya casi no podemos definirnos, no tenemos ningún horizonte sobre el cual colocarnos. Volvemos al arcón de nuestros recuerdos, un lugar familiar, refugio seguro ante el avance de la nada. Delicadas sombras de sensaciones, pequeños constructos fácilmente amoldables, todo recuerdo es ficticio, y como tal, modificable. Esas sombras se desvanecen de a poco, al no tener una realidad a la cual reemplazar. Hubiéramos pensado que al desaparecer la realidad y el presente, el pasado tomaría el poder dejándonos vivir la eternidad en nuestros recuerdos. Pero no, la memoria solo es posible si tenemos un presente sobre el cual oponerla. Solo nos queda el futuro...

Algo sigue modificando, reteniendo nuestra conciencia. Las estructuras, nuestros modos de hablar, de conocer, todos ellos fueron marcados a fuego sobre nuestras mentes a causa de nuestros recuerdos, nuestras experiencias. Son estas las que organizan nuestro presente, con las que predecimos el futuro. Son loa complejos arneses que permiten que nuestra conciencia trabaje, los que limitan nuestro conocimiento solo a lo que podamos comprender bajo sus normas. A esta altura del recorrido, las descartamos por nuestra propia cuenta. Finalmente, quedamos frente a frente con la misma naturaleza de nuestra conciencia, absolutamente solos en el vasto infinito del universo.

¿A quién encontraremos allí? ¿A nuestro ser? ¿A Dios?
No hallaremos ni el más mínimo rastro, ya que la chispa de nuestra conciencia solo puede brillar si hay superficies que la reflejen, ojos que vean su fulgor. En la gran oscuridad, el concepto de nuestra existencia pierde el sentido, y la pregunta por ella pasa a ser inconcebible.

Alguno podrá relacionar esto con la Muerte. No creo que estos pensamientos estén tan lejos de ella.

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