miércoles, 6 de mayo de 2009

Mail

Ella se levantó emocionada. Hoy era el día en el que recibía su tan esperado e-mail. La ventana, con sus persianas siempre descorridas, permitía la entrada de la bella luz del amanecer, la cual inundaba el cuarto con una calidez ambarina. Encendió su computadora, al tiempo que ponía a calentar agua para el té. Los usuales pitidos y chirridos del ordenador daban inicio a un nuevo día. Al tiempo que calentaba sus manos con el vapor de la taza, ingresaba a la página de su correo, para luego tipear nombre y contraseña. 1 mail nuevo. Con un clic abrió el mensaje. Bellas palabras, interesantes opiniones, su hermosa carta usual. Ella lo conocía desde hace años, tiempo atrás durante su época de estudiante de secundaria. Como buena parte de su generación, tuvo muchos amigos 'On-Line', de lejanos países. Gran parte de esas relaciones desaparecieron con el tiempo, algunas por simple desgaste, otras por un cambio de mail. Sin embargo, él se mantuvo allí, siempre dispuesto a escucharla y brindarle ayuda. Tanto cariño... Eso la intrigaba, y la mantenía interesada en él. Ella aún recuerda sus escapadas al cyber de madrugada para leer sus mails, su siempre creciente deuda con el chino e incluso la reciente compra de la flamante computadora en la que hoy revisa sus mails. Desde que comenzó a vivir sola, la melancolía de la soledad solía atraparla en descendentes espirales de depresión. Algunas veces, solo sus mails lograban sacarla de allí. Incluso algunos, impresos en papel, decoraban las vacías paredes de aquel monoambiente del duodécimo piso en el que pasaba sus días. Ella le debía tantos momentos felices.

Aquella tarde, observando las nubes correr detrás del rojizo sol, lo decidió. Quería conocerlo en persona. Ella sabía, por ciertas cosas que él dejaba notar en los mails, que él vivía en el mismo país. A esa altura de la relación, a ella no le importaba tener que viajar kilómetros y kilómetros para verlo. Ni tampoco él mantenerlo por unos días en su casa, si él decidía viajar a verla. Tendrían tantas cosas de las cuales hablar que seguramente no dormirían durante toda su estadía. Riéndose entre dientes de esa idea, escribe un mail con la proposición. Quería conocerlo en persona. El pequeño cartel, que indicaba que el mail había sido enviado con éxito, dio comienzo al resto de la rutinaria semana.
La respuesta no llegó al viernes siguiente, ni tampoco al otro. Un mes había transcurrido desde que ella envió su pregunta. La tristeza en la que se sumergió durante ese tiempo era gigantesca. El tiempo avanzaba solo en lentas brazadas, como en un mar de petróleo, un mar negro, espeso e inflamable. Ciertas noches, más oscuras que otras, un cuchillo recorría sus paredes, dejando marcas invisibles al exterior, devanando palabras de tinta, destrozando algunos recuerdos, que incluso inmateriales acosaban como fantasmas. Otras noches, aún más oscuras, se apoyaba en su ventana a mirar el gris horizonte citadino, escrutando el ridículamente esperanzador vacío que se abría frente a ella. Aquel vacío... verdaderamente era una larga caída, suficientemente larga para que el viento desgarre todo pensamiento. Luego de varias semanas, cerró por primera vez las persianas de su monoambiente, buscando ignorar aquella inmensa nada que la llamaba.

Una noche, oscura como tantas otras, sus ojeras húmedas miraban el monitor, mientras sus dedos desesperanzados tecleaban usuario y contraseña. 1 mail nuevo. Tragó saliva. Con la tensión recorriendo su cuerpo, hizo clic sobre el mail y lo abrió. Era de él. Cuatro palabras oscurecían la blanca pantalla: "No cierres las persianas". Se detuvo unos minutos, leyendo y releyendo esas palabras. Se levantó de su silla y fue hasta la ventana. Con sus temblorosas manos descorrió las persianas. Afuera, la luna nueva cubría de sombras la ciudad. Ni el gris horizonte respondía su mirada. El vacío se veía tan encantador esa noche.

No hay comentarios.: