sábado, 4 de julio de 2009

Lift

Ascensor

Salió de su departamento. El botón llama al ascensor, que se eleva hasta el octavo piso. Abre la puerta, y con firmes pasos entra. Presiona otro botón, y el ascensor comienza su viaje hacia la planta baja. Un artificial aroma lo envuelve. Él lo reconoce. Era el falso olor de un chicle de frutilla. Una tecla se mueve en lo profundo de su mente. Era el mismo aroma que anunciaba la llegada de ella. Ella...
Era una relación destinada al fracaso. El la quería, y aunque sabía que no tenían futuro siempre la contuvo. Quiso con nobleza lo mejor para ella, e hizo lo posible por realizar su felicidad, aunque alguno de los dos saliera lastimado.

El ascensor descendió un piso.

Él sabe que no era amor. Ella tenía un cuerpo muy deseable, y sabía muy bien como usarlo. Sus habilidades amatorias eran incomparables. Él siempre la deseaba, aunque no siempre la tenia.

El ascensor descendió un piso.

Hacían el amor el día entero. Solo descansaban pocos minutos antes de volver al ruedo. Sus cuerpos se unían como dos llamas gemelas, entrelazando sus pasiones a través de puentes tan reales como fugaces. El mero contacto con su piel despertaba en él la locura. Incansables, bebían de la dorada copa del éxtasis hasta saciar su profundo y carnal deseo. Sus cuerpos se comunicaron mejor que sus palabras, hasta que eso sucedió.

El ascensor descendió un piso.

Ella vivía sola. Su familia la despreciaba. Reprimida desde joven, logro realizarse al estar con él. Pero sus deseos eran caros. Cenas, salidas, objetos suntuosos se convirtieron en la prueba de su amor. Él quería amarla, pero ella prefería complacer a su niña interior antes que a aquel adulto bestial dominado por el sexo. Cada noche, dos jugadores abrían una dura negociación. Él no sabe por qué tardó tanto en darse cuenta que pagaba por sexo, como si ella fuera una puta.

El ascensor descendió un piso.

¿Cómo podía tratarlo así? Él la había ayudado desde el comienzo, él la sacó de su miseria, él era su maldito novio, no podía negarle su cuerpo, venderle como si fuera mercancía algo que ya le pertenecía. Las negociaciones fueron cada vez más bruscas. A veces, un par de golpes volvían el duelo a su favor. Pero él sabe que nunca dejó de quererla, por eso después de alguna ardiente sesión satisfacía de igual modo sus necesidades materiales, a pesar de haber ganado la negociación por la fuerza. Ciertas ocasiones, solo los golpes la calmaban, y él le hacía un favor templando su carácter. Era por ser tan desafiante que no la querían.

El ascensor descendió un piso.

Tardó otro tiempo más en recordar que las putas no tienen solo un cliente. Él sabe que de todas formas prefirió ignorarlo mientras pudo. Ella desaparecía de su casa. Volvía a la madrugada, con sus ropas desordenadas, sin ganas de tener sexo. El celular que él le compro estaba infestado de mensajes de dudosa procedencia. Un día, al llegar temprano, la encuentra en su propia cama, donde tantas veces la había amado, cogiendo con otro hombre. Ese fue el principio del fin.

El ascensor descendió un piso.

Golpeó a aquel hombre tan fuerte, que jamás va a olvidar aquel fatídico día. La sangre en el suelo, mezclándose con lágrimas oscuras. Su infantil aroma a chicle escapando por la puerta. El encierro.
Él pensó seriamente en matarse. La culpa se abarroto sobre él en cuestión de segundos, como incontenible torrente, al darse cuenta de la ausencia de ella. Sentía que de alguna manera, él había causado su propia desgracia. En su afán de placer, olvidó a la persona a la que amaba.
Maldiciendo al destino y al karma, vivió días oscuros en la enorme soledad de su departamento. Hasta que el dulce aroma de falsas frutillas le mostró algo más oscuro que la oscuridad.

El ascensor descendió un piso.

Ella volvió a aparecer en su portal. Cristales de melancolía adornaban sus ojos. Dijo que todo fue un error, que él no se merecía tanto sufrimiento. Imploró su perdón, prometiendo que nunca lo volvería a hacer. Solo un tonto amable como él la hubiera perdonado.
Todo siguió igual que antes. Las mentiras, los golpes, las luchas, las negociaciones. Él siguió comprando los favores, ella siguió traicionando su débil confianza. A veces lo chantajeaba, amenazándolo con denunciar a la policía sus malos tratos, huyendo con algún amante hacia alguna tierra lejana. Él contraatacaba jurando que la echaría a la calle, donde estaría sola como antes, sin familia y sin amigos para mantenerla. Pero ninguno de los dos se atrevería a hacer la mitad de lo que perjuraban.

El ascensor descendió un piso.

Él no puede recordar cuantas veces la violó como castigo por entregarse a otros. Ella le destruyó todas sus pertenencias sentimentales, obligándolo a recluirse y abandonar todas sus otras relaciones. Se convirtieron en dos almas errantes que solo existían para lastimarse mutuamente. Ella lloraba constantemente, cuando hacían el amor, cuando él consentía sus escasos caprichos, cuando huía brevemente con uno de sus amantes, cuando pensaba en su inexistente futuro, perdida en un mundo de dolor. Él no pudo soportar que ella sufriera tanto, no podía dejar que esa persona que tanto quería viviera una existencia tan miserable. La ahogó esta misma tarde, mientras ella se bañaba para disimular un poco el olor de su amante. El aroma artificial de su goma de mascar aún impregnaba el cerrado espacio en el cual él tranquilamente descendía, y así huir para siempre de aquel maldito departamento.

El ascensor se detuvo.

Él abrió la puerta. Del otro lado lo esperaba el mismísimo infierno.

1 comentario:

SergioMC dijo...

Me gustó. El relacion de cada piso con una estación diferente de su relación me pareció curiosa. Agradable.