martes, 6 de octubre de 2009

Mermaid

Vivia una sirena en las profundidades de una cueva que se abria cerca de un antiguo acantilado. Aquella sirena tenia una particularidad: sus lágrimas, al tomar contacto con la salada agua de mar, se convertian en maravillosos diamantes. Desde pequeña fue conciente de su habilidad. La descubrió cuando un tenaz arpón, apuntado a un gran pez, pasó junto a su lado rasgando la piel de su brazo. Por esto fue que desde pequeña se aisló del resto de la comunidad, evitando su compañia. Sabía de la avaricia y de los peligros que acarreaba.
Es entonces que, en su solitaria cueva, decidió explotar al maximo su dolorosa habilidad. Descubrió que la forma de los diamantes que lloraba dependian de la herida que los provocaba. Un pequeño pinchazo creaba diminutas cuentas. Un corte a lo largo de la espalda daba una exquisita forma tubular, ligeramente curvada. Una herida en el vientre permitia formas abombadas, pulidas y de variados tamaños, dependiendo de que órgano se hubiera dañado. Los golpes en la cabeza causaban imaginativas e irregulares formas, piedras que parecian de sueño. Una puñalada rauda en el pecho creaba la forma más maravillosa, un brillantisimo diamante con forma de corazón.
Mientras descansaba de sus heridas, entretenia sus días contemplando el siempre creciente monton de piedras preciosas, producto de su dolor, que guardaba en lo más recondito de su guarida, escondidas de la vista de cualquier curioso que se atreviera a acercarse a la sirena hermitañia.
Seguramente su afán por llegar al limite de su potencial le haya costado la vida, haciendose un daño mortal para conseguir el diamante más grande que se haya visto jamás.

Enterado de esta leyenda, el explorador emprendió la busqueda de la cueva de aquella sirena. Años de investigación y aventuras lo condujeron hasta un petreo acantilado donde se decía que hace siglos vivía una huraña sirena cubierta de cicatrices y reacia a las visitas. Equipado con un traje de buzo y la experiencia de todos sus años, se aventuró en las profundidades de aquella cueva.
Halló un laberinto. Luego esqueletos de pescado y restos antiguos de comida, en lo que parecia ser el cuarto principal. Encontró instrumentos de tortura, y un cuarto cuyos contenidos aterrorizarían al más valiente. Finalmente tropezó con una oculta puerta, cubierta de símbolos. Estaba seguro de que del otro lado se encontraba el grandioso tesoro de las lagrimas de la sirena. Pesada y reforzada, tardó mucho tiempo en poder moverla. Expectante, saltó sin pensarlo dentro de aquel pequeño cuarto. Solo encontró un montón de carbón y un fantasma agradecido.

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