sábado, 8 de mayo de 2010

Lust

Me pregunto si debería agregar la etiqueta NSFW (no solo a este, varios de mis cuentos la merecerían).


Lust

Él estaba en la casa de una pareja amiga. Habían pasado una larga noche de debates, y dado que la casa de él estaba muy lejos, lo invitaron a quedarse a dormir esa noche. Le prepararon una improvisada cama en el living con un colchon, un par de frazadas y un bello y abrigado cubrecama rojo de plumas que ellos tenian guardado en un viejo armario. Después de unos golpes, quedó perfecto para pasar una fría noche. Una vez que se despidieron, ellos cerraron la puerta de su habitación, mientras el se acostó, se tapó hasta el cuello y cerró los ojos. Despejó su mente de pensamientos, solo el repetitivo tic-tac del reloj ocupaba su cabeza. 'Realmente, los relojes no hacen "tic-tac".', pensó, 'Siempre repiten el mismo sonido. Es nuestro cerebro el que nos engaña, haciendonos percibir cada movimiento del segundero con 2 sonidos diferentes, intercalados'. Un leve gemido lo alejo de estos pensamientos. En un principio lo ignoró, dado que apenas pudo escucharlo, tapado por el sonido del reloj. A los pocos segundo, el gemido se repitió, más fuerte y distinguido. Provenía del cuarto de sus anfitriones. Era claramente un gemido de ella. Un gemido de placer. Él siempre tuvo problemas con el sexo, en particular con la masturbación. Lo hacía compulsivamente. Todos los días, casi en cualquier lugar. El día anterior a su visita había decidido, como tantas otras veces, abandonar aquel mal hábito. El gemido volvió a oirse, esta vez tapando el golpeteo del reloj. Sus manos bajaron por su cintura, y se detuvieron en el borde del pantalón. 'No puedo hacerlo. Tengo que controlarme.', pensó. Giró en la cama, tratando de distraerse. se concentró en el toc-toc que llenaba la habitación. Otro gemido, aun más gozoso e intenso, ocupó el aire. Comenzó a contar frenéticamente los segundos. Los eróticos quejidos se sucedían, en irregulares intervalos de 3, 5 o 9 segundos. Uno, dos, gemido, tres, cuatro. El desesperado chillido de la cama comenzó a acompañar el toc-toc. 'No entiendo por qué hacen esto. ¿Es a propósito? ¿Me están invitando acaso?'. Volvió a girarse en la cama. Una potente erección lo incitaba a actuar. Se destapó hasta la cintura, con la decisión de espiar aquel acto que, por los ruidos que provocaba, debía de ser glorioso. La plenitud del amor. Pero sus ansias se enfríaron por un súbito descenso del volumen de los gemidos. Se vio de pronto enfrentado a su situación, con medio cuerpo ergido, la mano izquierda dentro del pantalón e irrespetuosos deseos de violar la sagrada intimidad de dos personas a las que quería mucho. Volvió a acostarse en el colchón. Ya veía imposible la tarea de dormirse, asi que comenzó de nuevo a contar los toc-toc. uno, dos, tres, gemido, cuatro, cinco, seis, gemido, siete, gemido. Su imaginación empezó a desbocarse. Pudo ver aquellos senos exuberantes rebotar ritmicamente sobre un torso desnudo. Sigió el camino del aire, saliendo de los pulmones, rozando deliciosamente aquella caliente gargánta que producia exquisitos, sublimes sonidos, para finalmente salir por una sensual boca, de rojos labios curvos expresando un placer sobrenatural. Su mano izquierda ya se había salido de control, y sujetaba con fuerza su rígida masculinidad. Vio la elegante curva de su espalda, con su palida piel sobre la cual una certera mano se deslizaba con sutileza. Esa mano bajaba por la espalda, estimulando cada pequeño nervio dactilar con el contacto de esa satinada piel, hasta terminar en un musculoso y bien formado trasero, que se movía de arriba para abajo, una y otra vez. Él estaba extasiado. Las imágenes se sucedian las unas a las otras, estimuladas por los incesantes gemidos de placer. El toc-toc quedó muy lejos. El ruidoso roce con las sabanas, los rítmicos quejidos de la cama, los exquisitos gemidos, todos se sucedían con mayor velocidad. Totalmente poseído, llegó al climax y descargó su semilla con fuerza. En ese preciso momento, el cubrecama rojo comenzó a moverse por su cuenta. Miles de pequeñas puas surgieron de su superficie y atraparon al muchacho, clavandose en su piel con firmeza. Él intentó gritar, pero el borde del cubrecama se abrió y cientos de plumas polvorientas volaron hacia su boca, impidiendole soltar algo más que un debil gemido. El rojo pedazo de tela viviente lo devoró, sin dejar ni el menor rastro de él.

Esteban se levantó, cruzó por encima de su novia, se colocó con cuidado las pantuflas y abrió la puerta de su cuarto para ir al baño. Esa noche, como tantas otras en los últimos meses, no había podido convencer a su pareja para tener sexo. Se dirigía al baño para poder masturbarse con un poco de privacidad. Cruzó el living hacia su biblioteca, donde tenía escondidas algunas revistas eróticas. Agarró una al azar y se dirigió al baño, esquivando el colchón que había en el suelo. No se percató de que su amigo ya no se encontraba bajo el cubrecama rojo.

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