miércoles, 18 de enero de 2012

Night

Ella Piensa

Una tenue oscuridad cubre todos sus sentidos. La vista tapada por la noche de luna nueva y los claroscuros de la ciudad bajo las sabanas. El oído aturdido con el suave viento tras la ventana y los crujidos de los muebles que, insistentes, no quieren desaparecer de su pensamiento. El gusto, siempre correcto, imperceptible. El olfato merodeando entre los tonos de su pareja, que duerme placido a su lado. El tacto esparcido por todos los hilos de su pijama de seda. Siente la respiración de él, y trata de acompasar la suya para que sean uno. Quizás compartan los sueños como comparten la blanca almohada. Es la primera vez que duermen juntos y ni la quietud de la noche puede evitar que sus pensamientos caigan en los peores lugares. Ella no quería, pero las ideas se encadenan por su cuenta y la llevan siempre por el mismo camino. Él quiere. Definitivamente. Y ella no le va a poder decir que no. Él va a insistir y ella no lo va a poder resistir. Es la primera vez que duermen juntos, y desde el principio ella supo que iba a concluir en esto, los dos bajo las mismas sábanas. Toda la noche lo supo. El pensamiento asechaba insidioso, interrumpiendo sus palabras. Su estomago ahora se queja por haber rechazado la comida. Aprieta fuerte los músculos de su abdomen, tratando de que el ruido se desvanezca entre las sábanas. Como en respuesta al sonido, él mueve su brazo izquierdo y la rodea. La mano comienza a acariciar el sedoso pijama que cubre el hombro derecho. Es inminente, ella lo sabe. Trata de quedarse quieta, quieta, como si fuera de piedra, como si fuera un fantasma nacido de la ilusión de él, como si no fuera. Piensa en cerrar los ojos para no pensar, aunque su mirada no registre nada hace horas. Inconsciente del sordo murmullo que resuena dentro de ella, él acerca su cuerpo. El perfume de su piel atraviesa las capas de oscuridad, ella cree percibirlo. Sus manos cerradas sobre sus pulgares se apoyan sobre su entrepierna. Él acerca su nariz a la parte superior de la cabeza de ella, donde hay una pequeña mancha blanca y siente su azucarado aroma. Apoya los labios con delicadeza sobre su cabello y no siente (o ignora) el río tumultuoso que corre debajo. Él aclara su garganta, que resuena en la noche. "¿Estás despierta?". Ella no puede, no quiere escuchar, está muy lejos, muy profundo. Él baja su cabeza hasta los hombros de ella y apoya su cara en la suave seda, imaginando la piel que oculta. Mueve su mano nuevamente y la coloca con cautela sobre la cintura de ella. Nota un pequeño movimiento en la oscuridad. Sin tener claro el mensaje, aprieta la carne, inquisitivo. Insiste. "¿Tenés ganas?". Ella hunde sus ojos dentro de sus cavidades. Siente como si su piel, cada centímetro expuesto al aire, cada corpúsculo que le comunica el contacto con él, le recordara a cada segundo su existencia material. Y lo detesta. Se detesta. Quisiera morir en este preciso momento. Los ojos encerrados comienzan a gotear con lentitud. Pero, algo, ella percibe algo. Un sonido. Como si él dejase escapar un débil gemido. Una ahogada risa. Él vuelve a besar su cabello, aleja sus manos y se voltea en la cama ruidosamente. Ella está estática. Está a salvo. Una lágrima prófuga toca en silencio la almohada. Ella piensa.

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