sábado, 8 de marzo de 2014

Sleep

Me gusta verlo dormir.
Tal vez poque es el único momento del día en el que está quieto. De día se la pasa viajando de un lado a otro, al trabajo, a la universidad, con sus amigos. Vuelve a casa para salir disparado de nuevo. Muchas veces sale, a bares, a bailar, no lo se muy bien. Pero siempre vuelve. Escucho el tintineo de las llaves, el jugueteo previo con la cerradura, el portazo delicado. Siento, con el primer paso dentro de casa, su aura de alcohol y diversión. Sin detenerse, va directo al baño. Abandona la ropa, se mete en la ducha y deja que el agua recorra su piel, llevandose consigo cualquier rastro del mundo exterior. Siento, a través de la pared, como se mueve bajo la ducha. Imagino las manos frotando jabón sobre sus músculos, recoriendo sus grietas. el shampoo goteando por su espalda. los pelos de su sexo cayendo por el drenaje, hundiendose imprudentes en lo oscuro.
Después va a su cuarto. Cierra la puerta, se envuelve en su pijama y se deja caer ruidosamente en la cama. Solo entonces, me paro al lado de su puerta y escucho su respiración. Como varía sus ritmos, como se interrumpe para darse vuelta entre las sábanas. A los pocos minutos, se duerme. Ya casi sé el tiempo que le demora. Espero unos minutos más, solo para estar segura, y abro la puerta.
Me gusta verlo dormir.
De costado, de cara a la ventana, abrazado a la almohada como si fuese un bebé. A veces está de frente, como si se hubiese dormido sin querer, atento a la puerta. Pero no puede verme. Lo se. Respiro muy profundo, para poder llenar mis pulmones con su aroma, mezclado con la manzanilla del shampoo y la transpiración en las sábanas. Su olor, llenandome por completo. Me acerco despacio a su cama, mirandolo fijo. Le acomodo el pelo para un costado. Como me gustaría agarrarlo, hudirme con él, mojarme de sus brazos, su cuello. Enterrarme en su pecho, sus piernas, las marcas de su vientre. Pero todavía no. Tengo que esperar un par de horas. Sin falta, entre las 3 y las 4 de la mañana se despierta para ir al baño. Se quita las sábanas de encima, no se percata de la puerta abierta y entra al baño. Yo lo espero en su cuarto, escondida en el espacioso armario que tiene frente a la cama, amarrada entre sus camisas. Enseguida vuelve a la habitación e inconcientemente vuelve a cerrar la puerta. No me ve, sonriendole desde el armario. Se acuesta, y ahora si puedo presenciar la maravilla de su cuerpo convirtiendose en sueño. Como se afloja la respiración. Como se sacuden sus extremidades, hasta apagarse. Descansando en paz.
En ese momento, salgo de mi triste refugio y me envuelvo de él. Nado entre sus pliegues, respirando el aire de su garganta apagada. Le tomo las muñecas y le separo los brazos, revelando su pecho latiente, lleno de dormida pasión. Beso su cara, su cuello, la punta de sus pezones. Su cuerpo inconciente no entiende ni las reaciones a tales provocaciones, se sacude, retuerce bajo mi eterea presión. Forcejeamos entre las sábanas como medusas en un charco, enredando cada filamento. Aprieto su garganta mientras él murmura invisible el nombre de una virgen.

Entra fuerte el sol por la ventana, y me doy cuenta que me quedé dormida abrazandolo, cálida junto a su cara de sol. Entonces me levanto, sin prisa, y me paro frente a la cama, dejando que cada rayo de sol me atraviese de lado a lado. Estoy al pie de su cama y espero a que se despierte, a que su ojo terrible se abra después de las pesadillas. Espero tranquila, una, dos horas, mientras lo veo dormir. El sol me arde en la cara, en el pecho desnudo, pero espero. Espero. Hasta que abre los ojos, espejitos de colores, llenando la habitación. Pero no me da miedo, porque se que él no puede verme.
Se sienta en la cama, transpirando la humedad de la noche anterior. Mira fijo el armario. Me pregunto si se acuerda de mi.

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