Sleep
Me gusta verlo dormir.
Tal vez poque es el único momento del
día en el que está quieto. De día se la pasa viajando de un lado a otro,
al trabajo, a la universidad, con sus amigos. Vuelve a casa para salir
disparado de nuevo. Muchas veces sale, a bares, a bailar, no lo se muy
bien. Pero siempre vuelve. Escucho el tintineo de las llaves, el jugueteo previo
con la cerradura, el portazo delicado. Siento, con el primer paso dentro
de casa, su aura de alcohol y diversión. Sin detenerse, va directo al baño. Abandona
la ropa, se mete en la ducha y deja que el agua recorra su piel,
llevandose consigo cualquier rastro del mundo exterior. Siento, a través
de la pared, como se mueve bajo la ducha. Imagino las manos frotando
jabón sobre sus músculos, recoriendo sus grietas. el shampoo goteando
por su espalda. los pelos de su sexo cayendo por el drenaje, hundiendose imprudentes en lo oscuro.
Después
va a su cuarto. Cierra la puerta, se envuelve en su pijama y se deja
caer ruidosamente en la cama. Solo entonces, me paro al lado de su
puerta y escucho su respiración. Como varía sus ritmos, como se
interrumpe para darse vuelta entre las sábanas. A los pocos minutos, se
duerme. Ya casi sé el tiempo que le demora. Espero unos minutos más,
solo para estar segura, y abro la puerta.
Me gusta verlo dormir.
De
costado, de cara a la ventana, abrazado a la almohada como si fuese un
bebé. A veces está de frente, como si se hubiese dormido sin querer,
atento a la puerta. Pero no puede verme. Lo se. Respiro muy profundo,
para poder llenar mis pulmones con su aroma, mezclado con la manzanilla
del shampoo y la transpiración en las sábanas. Su olor, llenandome por
completo. Me acerco despacio a su cama, mirandolo fijo. Le acomodo el
pelo para un costado. Como me gustaría agarrarlo, hudirme con él,
mojarme de sus brazos, su cuello. Enterrarme en su pecho, sus piernas,
las marcas de su vientre. Pero todavía no. Tengo que esperar un par de
horas. Sin falta, entre las 3 y las 4 de la mañana se despierta para ir
al baño. Se quita las sábanas de encima, no se percata de la puerta
abierta y entra al baño. Yo lo espero en su cuarto, escondida en el
espacioso armario que tiene frente a la cama, amarrada entre sus
camisas. Enseguida vuelve a la habitación e inconcientemente vuelve a
cerrar la puerta. No me ve, sonriendole desde el armario. Se acuesta, y
ahora si puedo presenciar la maravilla de su cuerpo convirtiendose en
sueño. Como se afloja la respiración. Como se sacuden sus extremidades,
hasta apagarse. Descansando en paz.
En ese momento, salgo de mi
triste refugio y me envuelvo de él. Nado entre sus pliegues, respirando
el aire de su garganta apagada. Le tomo las muñecas y le separo los
brazos, revelando su pecho latiente, lleno de dormida pasión. Beso su
cara, su cuello, la punta de sus pezones. Su cuerpo inconciente no
entiende ni las reaciones a tales provocaciones, se sacude, retuerce
bajo mi eterea presión. Forcejeamos entre las sábanas como medusas en un
charco, enredando cada filamento. Aprieto su garganta mientras él
murmura invisible el nombre de una virgen.
Entra fuerte el sol por
la ventana, y me doy cuenta que me quedé dormida abrazandolo, cálida
junto a su cara de sol. Entonces me levanto, sin prisa, y me paro frente
a la cama, dejando que cada rayo de sol me atraviese de lado a lado.
Estoy al pie de su cama y espero a que se despierte, a que su ojo
terrible se abra después de las pesadillas. Espero tranquila, una, dos
horas, mientras lo veo dormir. El sol me arde en la cara, en el pecho
desnudo, pero espero. Espero. Hasta que abre los ojos, espejitos de
colores, llenando la habitación. Pero no me da miedo, porque se que él
no puede verme.
Se sienta en la cama, transpirando la humedad de la noche anterior. Mira fijo el armario. Me pregunto si se acuerda de mi.
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