viernes, 16 de septiembre de 2011

Rare

Otra tarea de teatro. Esta vez, escribir un monólogo usando ciertos datos que quizás otro día transcriba aquí.


Raro

No puedo entender por qué van tan rápido. No importa cuanto vayas a correr, el tiempo no va ir más rápido. Esas chicas, yo las veo todo el tiempo apuradas, corriendo de un lado para el otro. Siempre arregladas, espléndidas estatuas, sin tiempo para nadie, ni para ellas mismas. Esas boquitas imperturbables, la nariz como oliendo mierda, esos lentes donde esconden la mirada que solo ellas saben a dónde apunta. Tratando a todos de mala manera, porque su tiempo es demasiado precioso como para perderlo con personas. A veces me gustaría, no se, atarlas a un poste, obligarlas a estarse quietas durante diez minutos, dos horas, cuatro días. A ver si en una de esas llegan a entender que somos burros tirando de la carreta, que la zanahoria siempre va a estar a la misma distancia. Si llegamos a ella o no es algo que depende del destino, no de nuestro apuro. Correr, correr tanto es a fin de cuentas tan inútil como matarse. Un momento, quiero que nos entendamos. No quiero decir que no haya que moverse. Claro que no. Quedarse quieto es regalarse a los brazos de la muerte. Lo único que digo es que no hay que ir tan rápido, no hay ningún apuro, nadie está corriéndonos. ¿Determinación? Hay que tenerla, ¿Perseverancia? Hay que tenerla. Pero esto no implica que haya que correr. Es preferible construir ladrillo por ladrillo, asegurándonos que cada pieza esté en su lugar correcto antes de pasar a la siguiente.

Porque en ellas, la prisa no las lleva a la simplicidad. Si fuera así, yo no tendría ningún problema, ninguna queja. Pero toda esa velocidad a lo único que las conduce es a la redundancia, a la repetición, a complicarse al reverendo pedo. Porque una cosa es ser complejo, y otra muy diferente es ser complicado. Soy un acérrimo enemigo de lo complicado. Cuando les preguntas qué les gustaría comer, es como si te arrojaran una lluvia de palabras. Se les viene a la cabeza, en medio segundo, todos los antojos de la semana, la última propaganda que vieron, los recuerdos de deseos insatisfechos. Y entonces, después de evaluar en 3 segundos todas las opciones de su vida, terminan diciendo “No se. Elegí vos.”. Por eso hay que ser simple, conciso. Si me preguntaran qué me gustaría comer, respondería: Unos nachos con cheddar, maní y cerveza, seguidos de sorrentinos con salsa rosa, y de postre, una porción de lemon pie y una de chocotorta. Es lo que siempre elegiría, incluso en mi última cena. Simple. Concreto. No necesito hacer una tesis para decir qué es lo que me gusta. Pero ellas, si. Corriendo por ahí con su ovillo de vigas a cuestas. Cuando se topan con algo simple, es como si se estrellarán contra una pared, porque no hay vueltas. Las cosas son así, y punto. La única visión correcta es la mirada torcida que ellas tienen. Y eso es lo que me resulta más raro. Con tanto apuro, las cosas deberían ser simples, pero no lo son. Que yo tenga esta paciencia les resulta raro, o quizás, piensen que lo raro es que yo vea raro su forma de actuar. Pero las entiendo. Puedo entender por qué no pueden esperar. Lo raro es que no vean lo simple que son las cosas. Lo raro es que todavía no entiendan que para hacer las cosas bien hay que saber esperar. Y yo sé esperar. No me importa que todos corran a mi alrededor, yo la voy a seguir esperando. Porque sé que ella va a volver. Tiene que volver. Es su destino, y yo hice tanto por ella, la estuve esperando tanto, que su destino es volver conmigo. Por eso voy a seguir esperando. Ella va a volver. Tarde o temprano. Ella va a volver. ¿Verdad?

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