domingo, 22 de abril de 2012

Route

Un auto camina concentrado por la ruta. El conductor no lo sabe, pero el motor conoce el esquema de su vida. Sabe que en dos minutos dejará de moverse para siempre. El vidrio automático de la puerta derecha sabe que en noventa y seis segundos se astillará y se convertirá en lágrimas. Los neumáticos conocen el enigmático símbolo que dibujarán 24 metros más adelante, que continuará en el pasto fresco, volará sobre una cerca y terminará donde una vaca pastará pasado mañana. Los tres lo saben, y sin embargo deciden continuar. Aunque el camino frente a ellos solo los lleve a la muerte, no dudan ni un segundo en avanzar, a toda velocidad. Y si dudan, no lo demuestran.
¿Qué culpa puede tener la piedra que vuela hacia la cabeza del conductor, si el motor no decidió parar, el vidrio eligió romperse, los neumáticos no dejaron de girar? la piedra solo volaba dentro de su prevista trayectoria oblicua, desde la mano de una chica hasta el arbusto del otro lado de la ruta. El conductor no lo sabía, ni la chica, ni la piedra. ¿Por qué juzgarlos, en su debacle mortal, cuando el conciente vehículo arremete decidido sobre su destino? ¿Cómo considerarlos culpables, solo porque la mano prefirió lanzar la piedra, el aire optó por no detenerla?

Un cadáver se pudre, solo en la ruta. Su carne al sol es el único juicio visible de un dios que teme decidir.